Si has leído alguno de mis posts, habrás visto que en alguna ocasión he hablado de "mi alma gemela". Este es el relato de su parto respetado. Siéntate y dedícale unos minutos. Emoción y alguna lagrimilla aseguradas.
Desde que nació
nuestro hijo Unay me apetecía contar mi experiencia de parto, ya que durante mi
embarazo me ayudó mucho leer experiencias de otras madres.
El embarazo de Unay fue muy deseado,
llevábamos un tiempo planteándonos el ser padres, pero queríamos ser plenamente
conscientes de lo que esto supondría para cada uno y a nivel de pareja.
Finalmente nos embarcamos en esta aventura.
Tuve un embarazo muy bueno, aunque
al principio tuve amenazas de aborto, una vez pasadas, disfruté mucho de esta
experiencia y quería hacer lo mismo con mi parto. Para nosotros el relato del
parto respetado y natural de nuestra amiga Lola fue lo que nos animó a
investigar y decidirnos por esta opción. Para ello, decidimos que daría a luz
en el Hospital de Torrejón, tras la visita de acogida.
El
embarazo fue pasando y estando en la semana 39+1, hacia las cuatro de la madrugada
empecé con contracciones y tras varias horas siendo regulares decidimos acudir
a urgencias. Me pusieron monitores y me hicieron un tacto (me informaron y
pidieron permiso para todo) y me dijeron que estaba de un centímetro, así que
volvimos a casa. Después de comer, nos fuimos a andar, y a las siete de la tarde las
contracciones eran cada vez más intensas. A las once de la noche nos fuimos al
hospital, las contracciones eran cada 3 minutos, ¡el gran momento estaba
cerca!.
Una vez en el hospital, tras un par
de horas de monitores, la matrona nos preguntó qué tipo de parto habíamos
pensado, y dijimos que un parto respetado, natural y a ser posible en el agua.
Nos llevaron a la
sala de dilatación-paritorio y al entrar me emocioné. Era enorme, pero muy
acogedora, había una luz tenue y una bañera. Después de un rato allí y un
tacto, me dijeron que estaba de dos centímetros y que lo mejor era volver a casa,
pero mi chico les dijo que no me veía bien para irnos.
A pesar de que yo
tenía claro que quería aguantar lo máximo posible en casa, no me encontraba con
fuerzas para sentarme en el coche. Decidieron dejarme un rato más con los
monitores para ver si se iniciaba el parto. Empecé a tomarme mis bolitas de
homeopatía en ese momento para ver si ayudaba a la dilatación, a utilizar la
pelota de pilates, a andar…
A las 2.30 de la madrugada comenzó el parto, y las contracciones eran cada vez más intensas y el dolor se iba
agudizando. Entró otra matrona (África) y una auxiliar (Elena) y estuvimos
hablando sobre el parto en el agua, la donación del cordón, etc. Me ofrecieron
darme una ducha y poner música (llevábamos un cd que habíamos escuchado durante el embarazo). La ducha me aliviaba bastante, pero no aguantaba más de pie y me
acercaron la pelota de pilates.
El dolor se iba acentuando y en cada
contracción sólo podía agarrarme a mi chico y respirar, y una vez que pasaba ,pensaba que era un paso más para tener a nuestro hijo. África me hizo un tacto
y me dijo que estaba de cinco centímetros. Rompí a llorar y le dije que no
aguantaría, que no iba a poder tener un parto natural. Me tranquilizó con sus
palabras, con su mirada y sus manos y me transmitió esa fuerza y empoderamiento
que necesitaba. Mi chico me apoyaba emocionalmente, me “contenía” y me daba
esa tranquilidad que tanto necesitaba. Llevaba casi 24 horas despierta y con un
dolor muy intenso desde el principio. Mi calma empezaba a abandonarme, dando
paso a la desesperación y al miedo.
Mientras yo seguía haciendo mi
trabajo de parto, mi chico me observaba, leía mis necesidades y trataba de
satisfacerlas. Entraron la matrona y la auxiliar para ver cómo seguía. Estaba
cada vez más cansada y dolorida, y me ofrecieron probar el "gas de la risa".
Empecé a utilizarlo y fui notando su efecto, junto con el cóctel de hormonas
que mi propio cuerpo segregaba y me hacía estar en un estado de relajación
profunda. Entre contracción y contracción me tumbaba y me parecía dormir media
hora, pero tras preguntarle a mi chico, me decía que habían pasado tan solo dos minutos.
Empecé
a confiar de nuevo en mí, en mi capacidad para parir sin anestesia y sin
intervención, siendo yo la que escuchase mi cuerpo y diese respuesta.
Eran las 4.30 de la madrugada y las
contracciones eran muy seguidas. Justo en el pico de dolor de una de ellas, se
me rompió la bolsa. Avisé a mi chico justo antes de esto para que llamase a la
matrona, porque una sensación de que iba a perder el conocimiento se apoderó de
mi. Estaba asustada, sentí un “chasquido” en mi interior y no sabía qué pasaba.
Vino la matrona y auxiliar y nos dijeron que las aguas estaban teñidas y que no
podría dar a luz en la bañera, pero que sí podía tener un parto en el agua, que
me fuese a la ducha si me apetecía. Me acompañaron hasta la ducha y allí,
debajo de un chorro intenso de agua caliente y agarrada a mi chico empecé a
sentir algo de alivio.
Las contracciones seguían siendo
intensas y cada vez más seguidas, pero notaba cierto alivio cada vez que pasaba
una. Hubo momentos de angustia, de cansancio físico y emocional, pero pensaba
en mi hijo y miraba a mi chico y lo llevaba mejor.
El dolor alcanzó su máximo y
yo sólo podía mover la boca en el pico de cada contracción para dejar salir un
alarido desde lo más profundo de mi ser, un grito animal, desconocido para mi.
Sentía muchas ganas de empujar y así lo hice. De repente, volví a sentir esa
sensación de perder el conocimiento y una necesidad urgente de empujar, avisé a
mi chico para que llamase a la matrona. Enseguida llegaron y en la ducha, como
pudieron, vieron que, efectivamente, la cabeza empezaba a asomar. Me dijeron que
empujase, que iban a preparar lo necesario.
Hay cosas que no recuerdo, estaba
en un estado de semiconsciencia, pero sí recuerdo a la auxiliar dándome un
masaje en los riñones con el calor del agua, los ojos de mi chico derramando
lágrimas, la estrofa de alguna canción que sonaba de fondo pero que yo no
escuchaba…
Ese momento en el que vi a mi chico llorando me asusté, pensé que
pasaba algo, pero me abrazó y me dijo que le dolía mucho verme “sufrir”. No era
sufrimiento, y él lo sabía, pero era una situación nueva para ambos y él creía
que no podía hacer nada para aliviar mi dolor. Su presencia, su saber estar,
sus brazos, su contención…¡era el compañero de parto perfecto!
La necesidad de empujar era
constante, pero ya no sentía dolor, lo cual me animaba a seguir y me permitía
concentrarme en esta nueva fase del parto. La matrona nos avisó de que se
empezaba a ver la cabecita, aunque no estaba en dilatación completa, sino de ocho centímetros y con un ligero reborde en el cuello del útero. Yo no sabía qué
significaba aquello exactamente, así que me centré en los ánimos que me daban
mi chico, la matrona y la auxiliar, aunque físicamente estaba cada vez más
cansada, agotada, casi exhausta. Enseguida percibieron mi cansancio, y la
matrona y auxiliar me animaron a ir a la silla de partos si me apetecía, y acepté
encantada.
Mi chico se sentó en una silla detrás mía, abrazándome. Los pujos
eran cada vez más intensos, y la auxiliar me ofreció poner un espejo en el
suelo. Yo al principio no quería ni mirar, sentía que mis esfuerzos no eran
suficientes para traer a mi hijo a este mundo, que todo lo que avanzaba, al
segundo retrocedía, hasta que recordé todo lo que había leído sobre el
expulsivo y, era tal cual lo que me pasaba. Así que, escuché las palabras de
ánimo de mi chico, de la auxiliar y matrona, ¡cómo animaban! Miré el espejo,
y saqué fuerzas que jamás pensé que tuviese y empujé con todas mis ganas.
De
repente, sonó el monitor, la cara de la matrona cambió un poco y me advirtió de
que mi hijo estaba un poquito cansado, que lo estaba haciendo muy bien, pero
que teníamos que intentar que saliese pronto. Me agarré a mi chico, inspiré y empujé con todas mis fuerzas, con todos mis sentidos, como nunca antes
lo había hecho y, al fin, nació mi hijo. Ese momento jamás se olvida, ¡qué
sensación tan maravillosa! Lo tengo grabado a fuego en mi memoria y en mi
corazón.
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