viernes, 22 de abril de 2016

Viernes de parto: Stand by me

Si has leído alguno de mis posts, habrás visto que en alguna ocasión he hablado de "mi alma gemela". Este es el relato de su parto respetado. Siéntate y dedícale unos minutos. Emoción y alguna lagrimilla aseguradas.

Desde que nació nuestro hijo Unay me apetecía contar mi experiencia de parto, ya que durante mi embarazo me ayudó mucho leer experiencias de otras madres.

El embarazo de Unay fue muy deseado, llevábamos un tiempo planteándonos el ser padres, pero queríamos ser plenamente conscientes de lo que esto supondría para cada uno y a nivel de pareja. Finalmente nos embarcamos en esta aventura.

Tuve un embarazo muy bueno, aunque al principio tuve amenazas de aborto, una vez pasadas, disfruté mucho de esta experiencia y quería hacer lo mismo con mi parto. Para nosotros el relato del parto respetado y natural de nuestra amiga Lola fue lo que nos animó a investigar y decidirnos por esta opción. Para ello, decidimos que daría a luz en el Hospital de Torrejón, tras la visita de acogida.

El embarazo fue pasando y estando en la semana 39+1, hacia las cuatro de la madrugada empecé con contracciones y tras varias horas siendo regulares decidimos acudir a urgencias. Me pusieron monitores y me hicieron un tacto (me informaron y pidieron permiso para todo) y me dijeron que estaba de un centímetro, así que volvimos a casa. Después de comer, nos fuimos a andar, y a las siete de la tarde las contracciones eran cada vez más intensas. A las once de la noche nos fuimos al hospital, las contracciones eran cada 3 minutos, ¡el gran momento estaba cerca!.

Una vez en el hospital, tras un par de horas de monitores, la matrona nos preguntó qué tipo de parto habíamos pensado, y dijimos que un parto respetado, natural y a ser posible en el agua.


Nos llevaron a la sala de dilatación-paritorio y al entrar me emocioné. Era enorme, pero muy acogedora, había una luz tenue y una bañera. Después de un rato allí y un tacto, me dijeron que estaba de dos centímetros y que lo mejor era volver a casa, pero mi chico les dijo que no me veía bien para irnos. 

A pesar de que yo tenía claro que quería aguantar lo máximo posible en casa, no me encontraba con fuerzas para sentarme en el coche. Decidieron dejarme un rato más con los monitores para ver si se iniciaba el parto. Empecé a tomarme mis bolitas de homeopatía en ese momento para ver si ayudaba a la dilatación, a utilizar la pelota de pilates, a andar…

A las 2.30 de la madrugada comenzó el parto, y las contracciones eran cada vez más intensas y el dolor se iba agudizando. Entró otra matrona (África) y una auxiliar (Elena) y estuvimos hablando sobre el parto en el agua, la donación del cordón, etc. Me ofrecieron darme una ducha y poner música (llevábamos un cd que habíamos escuchado durante el embarazo). La ducha me aliviaba bastante, pero no aguantaba más de pie y me acercaron la pelota de pilates. 

El dolor se iba acentuando y en cada contracción sólo podía agarrarme a mi chico y respirar, y una vez que pasaba ,pensaba que era un paso más para tener a nuestro hijo. África me hizo un tacto y me dijo que estaba de cinco centímetros. Rompí a llorar y le dije que no aguantaría, que no iba a poder tener un parto natural. Me tranquilizó con sus palabras, con su mirada y sus manos y me transmitió esa fuerza y empoderamiento que necesitaba. Mi chico me apoyaba emocionalmente, me “contenía” y me daba esa tranquilidad que tanto necesitaba. Llevaba casi 24 horas despierta y con un dolor muy intenso desde el principio. Mi calma empezaba a abandonarme, dando paso a la desesperación y al miedo.

Mientras yo seguía haciendo mi trabajo de parto, mi chico me observaba, leía mis necesidades y trataba de satisfacerlas. Entraron la matrona y la auxiliar para ver cómo seguía. Estaba cada vez más cansada y dolorida, y me ofrecieron probar el "gas de la risa". Empecé a utilizarlo y fui notando su efecto, junto con el cóctel de hormonas que mi propio cuerpo segregaba y me hacía estar en un estado de relajación profunda. Entre contracción y contracción me tumbaba y me parecía dormir media hora, pero tras preguntarle a mi chico, me decía que habían pasado tan solo dos minutos. 

Empecé a confiar de nuevo en mí, en mi capacidad para parir sin anestesia y sin intervención, siendo yo la que escuchase mi cuerpo y diese respuesta.

Eran las 4.30 de la madrugada y las contracciones eran muy seguidas. Justo en el pico de dolor de una de ellas, se me rompió la bolsa. Avisé a mi chico justo antes de esto para que llamase a la matrona, porque una sensación de que iba a perder el conocimiento se apoderó de mi. Estaba asustada, sentí un “chasquido” en mi interior y no sabía qué pasaba. Vino la matrona y auxiliar y nos dijeron que las aguas estaban teñidas y que no podría dar a luz en la bañera, pero que sí podía tener un parto en el agua, que me fuese a la ducha si me apetecía. Me acompañaron hasta la ducha y allí, debajo de un chorro intenso de agua caliente y agarrada a mi chico empecé a sentir algo de alivio.

Las contracciones seguían siendo intensas y cada vez más seguidas, pero notaba cierto alivio cada vez que pasaba una. Hubo momentos de angustia, de cansancio físico y emocional, pero pensaba en mi hijo y miraba a mi chico y lo llevaba mejor. 

El dolor alcanzó su máximo y yo sólo podía mover la boca en el pico de cada contracción para dejar salir un alarido desde lo más profundo de mi ser, un grito animal, desconocido para mi. Sentía muchas ganas de empujar y así lo hice. De repente, volví a sentir esa sensación de perder el conocimiento y una necesidad urgente de empujar, avisé a mi chico para que llamase a la matrona. Enseguida llegaron y en la ducha, como pudieron, vieron que, efectivamente, la cabeza empezaba a asomar. Me dijeron que empujase, que iban a preparar lo necesario. 

Hay cosas que no recuerdo, estaba en un estado de semiconsciencia, pero sí recuerdo a la auxiliar dándome un masaje en los riñones con el calor del agua, los ojos de mi chico derramando lágrimas, la estrofa de alguna canción que sonaba de fondo pero que yo no escuchaba… 

Ese momento en el que vi a mi chico llorando me asusté, pensé que pasaba algo, pero me abrazó y me dijo que le dolía mucho verme “sufrir”. No era sufrimiento, y él lo sabía, pero era una situación nueva para ambos y él creía que no podía hacer nada para aliviar mi dolor. Su presencia, su saber estar, sus brazos, su contención…¡era el compañero de parto perfecto!

La necesidad de empujar era constante, pero ya no sentía dolor, lo cual me animaba a seguir y me permitía concentrarme en esta nueva fase del parto. La matrona nos avisó de que se empezaba a ver la cabecita, aunque no estaba en dilatación completa, sino de ocho centímetros y con un ligero reborde en el cuello del útero. Yo no sabía qué significaba aquello exactamente, así que me centré en los ánimos que me daban mi chico, la matrona y la auxiliar, aunque físicamente estaba cada vez más cansada, agotada, casi exhausta. Enseguida percibieron mi cansancio, y la matrona y auxiliar me animaron a ir a la silla de partos si me apetecía, y acepté encantada. 

Mi chico se sentó en una silla detrás mía, abrazándome. Los pujos eran cada vez más intensos, y la auxiliar me ofreció poner un espejo en el suelo. Yo al principio no quería ni mirar, sentía que mis esfuerzos no eran suficientes para traer a mi hijo a este mundo, que todo lo que avanzaba, al segundo retrocedía, hasta que recordé todo lo que había leído sobre el expulsivo y, era tal cual lo que me pasaba. Así que, escuché las palabras de ánimo de mi chico, de la auxiliar y matrona, ¡cómo animaban! Miré el espejo, y saqué fuerzas que jamás pensé que tuviese y empujé con todas mis ganas. 

De repente, sonó el monitor, la cara de la matrona cambió un poco y me advirtió de que mi hijo estaba un poquito cansado, que lo estaba haciendo muy bien, pero que teníamos que intentar que saliese pronto. Me agarré a mi chico, inspiré y empujé con todas mis fuerzas, con todos mis sentidos, como nunca antes lo había hecho y, al fin, nació mi hijo. Ese momento jamás se olvida, ¡qué sensación tan maravillosa! Lo tengo grabado a fuego en mi memoria y en mi corazón.



Lo único que pude decir fue, si de verdad era mi hijo, si era nuestro hijo. Estaba alucinada y embriagada por las hormonas. Eran las 6:45 de la mañana, justo la hora en la que todas las mañanas se despertaba su padre para irse a trabajar y él se movía en mi tripa.

Mi chico puso nuestra canción, “Stand by me”, esa que desde el principio del embarazo habíamos escuchado y cantado para pedirle que se quedase a nuestro lado y ¡lo habíamos logrado! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario