domingo, 22 de julio de 2018

Nuestra segunda lactancia mixta. El fracaso (esperado) de la lactancia materna exclusiva (I)

Hace algo más de un mes, escribía el post sobre mi preparación para la segunda lactancia.

No sé si en algún momento comenté que era consciente de que la lactancia materna exclusiva, en mi caso, era prácticamente un milagro. Pero, oye, los milagros ocurren, así que había que intentarlo.
Tampoco sé si en alguna ocasión he contado las posibles causas de mi hipogalactia (insuficiencia de leche). Me operé del pecho hace 7 años, en concreto un aumento con mastopexia (buscándolo en Google se puede ampliar información), y las incisiones en mi caso son las que corresponden a un aumento y a una reducción (las tengo todas).
Con la lactancia de Pajarin, me enteré de que con una operación de reducción de pecho es prácticamente imposible una lactancia materna exclusiva, por lo que en mi caso, aunque la operación no era esa, sí tenía las mismas cicatrices.
A esto añadimos que es posible, por la forma que recuerdo de mi pecho antes de operarme, que tuviera lo que se llama "mamas hipoplásicas" (en Google también se puede buscar).
Es decir, demasiadas papeletas en mi poder...

A lo que vamos. Al nacer Polluelo la idea era empezar con lactancia materna exclusiva e ir observándole con mucha cautela.  Estaba acompañada por varias asesoras de lactancia e IBCLC's, tanto aquí en Pamplona como en la distancia, con las que iba comentando a diario como evolucionaba Polluelo.



En el hospital no estuvimos ni 12 horas. La planta de Virgen del Camino es antigua, calurosa, las habitaciones son compartidas y el personal que atiende a las mujeres recién dadas a luz y a sus bebés, son enfermeras bastante mayores, que en mi caso, no me generaban comodidad ni confianza. Además tienen protocolos, desde mi punto de vista antiguos y obsoletos, centrados en la comodidad del personal y no en las necesidades del bebé y la madre. Hay que tener en cuenta además, que el personal que debería atender a las mujeres en el postparto inmediato, son matronas, que son las que están formadas para ello.

Polluelo nació a las 12:32h y a las 17:30h ya le habían dado el alta. Estaba perfecto, así que su seguimiento se lo haría el pediatra de su centro de salud.
A mi tardaron casi cinco horas más en darme el alta, porque al parecer había mucho lío en paritorio y los ginecólogos no podían subir a verme. Fue al "amenazar" con que me iba a casa por mi cuenta y riesgo sin el alta firmada cuando les debió entrar la prisa. 
No es que "me viniera arriba", es que había solicitado varias veces que nos queríamos ir, que teníamos otro hijo pequeño que nunca se había separado de nosotros (al que por cierto no dejan entrar en la planta de maternidad "por motivos sanitarios". Bueno ni a él ni a los menores de 12 años), y veía que se hacía de noche y que nos iba a tocar dormir de nuevo en el hospital.

Mi madre y mi suegra, como buenas abuelas, estaban preocupadas porque nos fuéramos tan pronto, así "sin control" de Polluelo ni mío, "a ver si nos iba a pasar algo".
A mí algo de cosa también me daba, pero más por aquello de salirse de lo establecido, y por lo antecedentes vividos con Pajarin respecto a la alimentación. Así que hablé con el equipo de matronas de Maternalia, que entre sus servicios cuentan con visitas postparto a domicilio (o al hospital), y a las 24 horas, el 6 de julio, día del chupinazo, aquí tenía a Susana, matrona jefa de Maternalia, comprobando el estado de Polluelo y el mío. La bajada de peso de él era normal, el cordón evolucionaba bien y la contracción de mi útero también.




El domingo 8, 72 horas después del nacimiento, vino otra vez a casa, pesó a Polluelo y comprobó que todo fuera bien. El peso había seguido bajando, pero dentro de la normalidad, y a mí parecía haberme subido la leche, lo cual era buena señal. Me ayudó con la postura, me enseñó alguna nueva y quedamos en que me vería otra de las matronas en un par de días para controlar el peso, ya que ella se  iba de vacaciones.

Durante estas primeras 72 horas estuve controlando todo lo controlable en torno a Polluelo: deposiciones (pis y caca) con colores y tamaños incluidos, los suplementos que le daba del calostro que me había extraído en el embarazo (2ml al día como mucho), si le oía tragar cuando estaba al pecho, el número de tomas que hacía,...
En fin, un agobio, pero un agobio necesario en este caso, y una sensación de control que me daba la tranquilidad de que esta vez no íbamos a llegar al mismo extremo que con Pajarin.

Pasadas esas primeras 72 horas empecé a notar que algo no iba bien, los pises no eran muy abundantes, las cacas también se habían reducido y en uno de los pañales nos encontramos unos uratos bastante importantes, algo que aún podía ser normal, pero que unido al resto de señales, empezaba a no gustarme. Ese día, además, Polluelo estaba bastante nervioso. Pasaba de una teta a otra constantemente sin consuelo, y finalmente para tranquilizarle tenía que meterle el dedo meñique en la boca (es algo que se hace para que succione cuando no usan chupete).

Ese mismo tipo de escenas las había vivido con Pajarin y me comenzaba a inquietar.
Esa noche, además de darle lo poco que me había dado tiempo a sacarme (ya no era calostro, sino leche de transición), decidí suplementarle con un poco de leche de la que me había donado "mi alma gemela". Se quedó tranquilo.

Al día siguiente teníamos enfermera para control de peso. Polluelo cumplía 4 días.
Aquella madrugada le había vuelto a suplementar con leche donada, porque de nuevo le notaba muy nervioso y sin consuelo.
Este ha sido el único día que he llorado en este postparto. El milagro no iba a ocurrir. Mi hijo empezaba a pasar hambre y había que ponerle solución. Compré un bote de leche de fórmula en la farmacia. La historia se repetía. Y no, no iba a poder suplementarle con mi propia leche, porque apenas me extraía 20 ml al día en 3-4 extracciones. Sí que había tenido la esperanza de que por lo menos en esta segunda lactancia mi producción fuera mayor, que no tuviera que suplementar tan pronto...




La enfermera me animó a llorar: "Es normal", y también a que no empezara todavía con el biberón, que usara la leche de mi amiga y tratará de dársela con jeringuilla. Que me fijara mucho en el pis y que en tres días controlaríamos de nuevo el peso. En 4 días Polluelo había perdido ya un 10%. 
De nuevo se repitió una escena de llanto sin consuelo tras pesarle; ni una teta, ni otra, ni dedo, ni nada,... Pajarin me venía a la mente.

"Bueno, cuando suelen empezar a remontar es a partir del quinto día...", recuerdo que me dijo alguien...
Pero tenía claro que no iba a dejar que aquello fuera a más, así que empecé a descongelar la leche almacenada de "mi alma gemela". Las asesoras de lactancia que me acompañaban me animaron a suplementar e ir viendo...

...(continuará)

lunes, 16 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (IV)

El tiempo en paritorio se me hizo eterno. Las contracciones eran cada vez más frecuentes e intensas y vivirlas tumbada me estaba sobrepasando.

La comprobación del PH de Polluelo fue interminable, y dolorosa.
"¿Falta mucho?" pregunté a la ginecóloga desesperada.
"Es que a veces cuesta un poco".
"¿Pero esto es realmente necesario?" preguntó Papá Oso.
"Sí, hay que comprobar que el bebé está bien", respondió la ginecóloga.

Esta prueba consiste en tomar una muestra de sangre de la cabecita del bebé (una gota) para comprobar el oxígeno en sangre cuando hay dudas de su bienestar. Se supone que no le duele, pero a mí si me dolió.

Recuerdo que en una de las dos sesiones de preparación al parto a la que asistimos en el centro de salud, la matrona se dedicó a enseñarnos el instrumental e íbamos pasándonoslo de uno a otro para verlo y tocarlo. Yo no quería mirarlo ni de lejos.
"Tú si van a usar algo de eso dices que no", le dije a Papá Oso. ¡Ay amiga! Por hablar...

Esperamos el resultado en el propio paritorio, que tardó menos que lo que duró la prueba en sí. Estaba perfecto. 

En ese momento me vino una contracción muy fuerte en la que noté como Polluelo descendía. La ginecóloga me exploró (otra vez), y me dijo que estaba de 8 cm, que si tenía ganas de empujar lo hiciera (supongo que para ayudar a que descendiera Polluelo).

Se plantearon si volvíamos a la sala de dilatación o nos quedábamos en paritorio para el expulsivo. Menos mal que mi matrona dijo que mejor volvíamos, porque no aguantaba más en esa posición. Cada vez que sentía que se acercaba una contracción trataba de respirar profundamente para sobrellevarla, pero el dolor era demasiado intenso.

Volvimos a la sala de dilatación y la matrona me recomendó subirme a la cama y colocarme de rodillas, agarrándome a la cabecera de la cama, que había reclinado a 90 grados.

Con cada contracción sentía como Polluelo descendía, pero aquello parecía no tener fin. Con Pajarin este tipo de contracciones tan intensas fueron muy pocas, enseguida llegué a dilatación completa y pasamos al expulsivo. Esta vez eran más intensas y se sucedían sin descanso.
"¡No puedo más!"
"Venga, que lo estás haciendo muy bien.", me animaba Papá Oso, que seguía con su trabajo de colocarme la bolsa de agua en las lumbares.

La matrona se quedó con nosotros. Parecía que el final estaba cerca, y esto era lo que me animaba a no dejarme vencer por el cansancio y el dolor. 

Con cada contracción gritaba con todas mis fuerzas, dirigiendo la fuerza a ayudar a Polluelo a descender. Utilizar la garganta y la voz es algo que mi amiga matrona nos enseñó en la preparación al parto. Sin embargo, la matrona que nos atendía me dijo que empujara con todas mis fuerzas, como si quisiera hacer caca (que por cierto, me hice. Una realidad de los partos que no se suele contar y que yo no había vivido en el primero) y en apnea, es decir, conteniendo la respiración. A mi todo esto me sonó fatal, pero tenía tantas ganas de acabar que pensé "Ella sabrá lo que es mejor" y la hice caso.

Me sugirió que me tumbara de lado en la cama agarrándome a un estribo que tenía mientras Papá Oso me sujetaba una pierna. Según ella era una postura que iba muy bien para el expulsivo. También me dijo de probar otra postura tumbada en la cama con las dos piernas arriba flexionadas. Yo probaba, pero aquello no me convencía. Me sonaban a posturas para un expulsivo con epidural cuando no tienes movilidad. 
"¿Y si me pongo en cuclillas? Así por efecto de la gravedad puede ir más rápido, ¿no?"
No parecía convencerle, y me decía que en las posiciones tumbada estaba yendo muy bien, que Polluelo avanzaba y que además "tenía que salir ya".
Las ginecólogas estaban fuera, alerta, comprobando monitores, ya que las pulsaciones parecían descender tras cada contracción.

"Madre mía", pensé, "solo me faltan unos fórceps o una ventosa para completar el periplo".
Así que empujé con todas mis fuerzas en cada contracción, deseando que saliera, que aquello acabara cuánto antes.
La matrona de nuevo me exploró y al parecer quedaba un reborde del cuello por borrar, así que en las contracciones colocaba su mano dentro, entiendo que para apartar "el obstáculo" del camino de Polluelo. De nuevo, muy agradable todo.

Por fin, en uno de los empujones la cabecita asomó. La matrona me invitó a que la tocara.
El aro de fuego fue mortal. La cabecita de Polluelo asomó pero no salió del todo, y tuve que esperar a la siguiente contracción para que al empujar con todas mis fuerzas, Polluelo por fin decidiera abandonar el que había sido su hogar hasta entonces.

Me lo pusieron encima. Papá Oso lloraba y yo sentí vivir un dejavú. Era Pajarin 2, idénticos, aunque este pobre lleno de sangre. Por fin estaba aquí, ¡qué felicidad! Lo habíamos conseguido. Eran las 12:32h.




Pero aquí no acabó todo. Mi matrona parecía tener mucha prisa, y pese a que me pusieron oxitocina (otra dosis distinta) para la expulsión de la placenta (es algo que también hacen por protocolo en todos los partos), todavía no tenía contracciones. Ella me decía que empujara pese a que yo no sentía ningunas ganas; ni siquiera Polluelo se había enganchado todavía al pecho, ya que quería darle su tiempo para un primer agarre espontáneo.

Empujé como pude mientras ella iba tirando del cordón. Noté como salía, aunque no completamente. Se puso a girarla, vuelta pa'ca, vuelta pa'llá. Al parecer tenía la vejiga llena y eso no ayudaba a la salida de la placenta. Me dijo de ponerme una sonda o bien que tratara de hacer pis por mí misma. Imposible, no me salía, así que me tocó sonda, lo cual pese al dolor (aunque nada comparado con las contracciones) no sirvió para nada, ya que al parecer unas membranas de la placenta se habían quedado adheridas y no salía.
"Pero, aún es pronto, ¿no? Podemos esperar a ver si sale", le dije, ya que tenía entendido que se esperaba hasta media hora.
"Es que está enganchada. Voy a llamar a la ginecóloga".
Allá que vino y me metió la mano hasta la garganta para "desenganchar" la placenta, y repitió para extraer también unos coágulos. Menos mal que tener a Polluelo encima me producía un placer infinito que compensaba algo tanta intervención.

Después de esto me cosieron, 3 puntos igual que con Pajarin, lo cual después de la odisea no estaba nada mal. Me limpiaron y por fin, parecía que todo había terminado. 

Les entró de nuevo la prisa porque al parecer estaban a tope y ya llevábamos casi una hora y media de piel con piel, "cuando la OMS recomienda 50 minutos". Me quedé alucinada con la frase de la auxiliar de enfermería. Ya podían llevar tan a rajatabla todo los que dice la OMS respecto a determinadas intervenciones en el parto.

Papá Oso llevó a Pajarin a que le pesaran y le tomaran la huella del piececito. Le oí llorar. No entiendo esa necesidad de separar al bebé de su madre en esos momentos, aunque sean tan solo unos minutos... Le trajo vestido con un pijama de franela del hospital, el cual le quité en cuanto subimos a planta. ¿Quién necesita pijamas estando piel con piel?

Una vez en planta, mi ánimo era otro totalmente distinto. Había superado una prueba que consideré imposible a lo largo del proceso. De hecho, por unos segundos llegué a desear que fuera cesárea, que me anestesiaran y acabara ese dolor, que Polluelo naciera ya.

Ambos estábamos perfectamente, pese a todo.




"Después de este parto se me han quitado las ganas de tener más", le dije a Papá Oso. "Aunque lo malo es que con el tiempo se me olvidará".

En el mes de julio en mi agenda aparece esta frase de Emerson: 
"Haz siempre lo que tengas miedo de hacer"

Tenía miedo a una rotura de bolsa, a una inducción, a la prueba del PH, a las intervenciones durante el parto... Y por desgracia me tocó, nos tocó vivir todo esto. Digo por desgracia porque no considero que haya sido la forma en que Polluelo eligió nacer. Él no estaba preparado, no era su momento, y tal vez con un protocolo diferente las cosas hubieran transcurrido de otra forma, pero eso nunca lo sabremos...

He de reconocer, que pese a todo, me sentí informada y respetada durante todo el proceso, pese a que no era el parto ni el nacimiento que quería, pese a que mi plan de parto no tuvo apenas protagonismo, pese a que el cansancio y el miedo no fueron mis aliados. 

La llegada de Polluelo al mundo fue muy intensa, oscura en algunos momentos, pero todo se iluminó con su llegada, y sé que me seguirá enseñando a no crearme expectativas, a dejarme fluir y aceptar lo que vaya viniendo.

¡Bienvenido!

(Si has llegado hasta aquí, gracias por acompañarme en este relato de parto, taran largo y tan intenso)

sábado, 14 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (III)

"Una de cada tres inducciones acaba en cesárea". 
Esto no es algo que diga yo, son estadísticas. Y me vino a la cabeza cuando me hablaron de ponerme oxitocina. 

¿Y si después de lo que habíamos pasado, de que Polluelo se diera la vuelta, acababa siendo cesárea?

Además, sabía que las intervenciones en el parto pueden acabar convirtiéndose en una cascada, siendo el bebé el que sufre y acabando en un parto instrumental, o de nuevo, en cesárea.

Estos pensamientos rondaban mi cabeza desde que rompí la bolsa, pero me inundaron cuando la matrona me habló de la oxitocina. Yo quería un parto natural, no quería interferencias, pero Polluelo no parecía estar preparado para salir y ya no había marcha atrás.

"Lo que quiero es irme a casa", le dije a Papá Oso. Él me abrazaba y trataba de aportarme la calma que me faltaba.

La matrona, que todo sea dicho, era todo dulzura y comprensión, me dijo que íbamos a esperar un poco, que tal vez deberíamos haber tratado de negociar en planta para que nos dejaran unas horas más allí, que iba a hablar con el ginecólogo que me había dicho lo de la prostaglandina al llegar y que tal vez lo que podía funcionar era romper "el polo" de la bolsa, ya que podía haberse roto por arriba y que Polluelo estuviera apoyado sobre una parte de la bolsa con líquido y que las contracciones no fueran todo lo efectivas que deberían al no apoyar la cabeza completamente. Accedí, pese a que también era una interferencia, lo prefería a que me pusieran oxitocina.

Estaba de 4-5 cm y "cuello blando".

Me consiguieron poner la vía a la tercera (en la foto la herida de guerra del segundo intento más de una semana después), algo que por cierto hacen por protocolo incluso en partos de bajo riesgo pese a que está desaconsejado por la OMS, y la matrona, con ayuda de una auxiliar de enfermería, trataron de romper "el polo de la bolsa". Digo intentaron porque no tenían claro si lo habían conseguido. Fue desagradable, molesto, pero esperaba que funcionara.




Me senté en la pelota y pusimos música esperando a que Polluelo se animara.

Unos minutos después (no sé cuantos, a mi me pareció un suspiro), la matrona y el ginecólogo que me había visto al llegar, entraron en la sala de dilatación. Según él, no me había dicho lo de ponerme la prostaglandina a las 12 horas (Papá Oso y yo estamos seguros de lo que escuchamos), y que ya a las alturas que estábamos, había que poner oxitocina, que no le tuviera tanto miedo, que era algo que podía ayudar a que se desencadenara el parto, y que si había "aguantado" un primer parto natural, seguro que iba a llevarlo muy bien. La matrona le respaldaba y me animaba a intentarlo, ya que la dosis por la que se empezaba era muy bajita y seguro que aquello avanzaba rápido. También me dijo que obviamente, si yo no quería ponerme oxitocina, nadie me iba a obligar, pero que los ginecólogos tendrían que estar pendientes porque había riesgo de infección.

Les transmití mis miedos, les dije que no quería ponerme epidural y que no sabía si iba a aguantar, que no quería que mi bebé sufriera ni que acabara en cesárea. Me tranquilizaron y acepté. Psicológicamente necesitaba también que aquello se pusiera en marcha, Me sentía acorralada por el protocolo del hospital, habían pasado más de 24 horas desde la rotura de bolsa (aunque ellos creían que eran 12) y aquello no se ponía en marcha, y ya "no podía escapar". Confiaba en que con "un empujoncito" en unas horas podría tener a mi bebé en brazos.

Aproximadamente a las 6:30 de la mañana del día 5 comenzó nuestra inducción. Las contracciones fueron llegando. Se sucedían cada 7-8 minutos, y a los 20 minutos venía la matrona a subir un poco la dosis que me suministraban a través de la vía. "Vas bien, pero hay que ir subiendo hasta que sean cada 3 minutos más o menos para que la dilatación sea efectiva".

Nos tocó el cambio de turno y la matrona se despidió de nosotros. Vino a presentarse la que nos iba a acompañar, y aunque reconozco que me sentí informada y respetada durante todo el parto, creo que con la primera matrona que nos había atendido, algunas cosas habrían sido diferentes.

Me hizo otro tacto. He de decir que no sé cuántos me hicieron. Lo normal en este hospital es que se hagan cada 2 horas (la OMS recomienda cada 4 horas), pero a mi por como se desencadenó el parto, me hicieron más de los que en principio correspondían. 

Tras más de dos horas con la oxitocina, aquello apenas había avanzado. Seguía de 4-5cm y según esta matrona el cuello no estaba del todo borrado (¿por qué no me habían puesto la prostaglandina entonces?).

Me agobié bastante. Las contracciones empezaban a ser bastante intensas, me sentía agotada y aquello no funcionaba. 

Papá Oso trabajó durante todo el parto junto a mí. Cuando venía la contracción me colocaba la bolsa de agua caliente en las lumbares haciendo presión, mientras yo me aferraba a la cama sentada en la pelota, y trataba de respirar profundamente, imaginando una ola que me cubría por completo, y que se alejaba cuando finalizaba la contracción.

Probé a ponerme a de pie, ya que gran parte del parto de Pajarin lo viví en esa postura, pero era imposible,  las piernas no me sostenían. El cansancio no me estaba ayudando nada y la sensación de que "no iba a poder" tampoco.

"Me voy a tener que poner la epidural", le dije a Papá Oso en varias ocasiones. Las contracciones eran muy muy duras y me seguían subiendo la dosis de oxitocina.

Tal vez te preguntas por qué no me puse la epidural, si un 90% de las mujeres se la ponen y "no pasa nada". 

Por miedo. Miedo a que las contracciones se pararan, el parto se alargara y Polluelo sufriera. Miedo al hecho de ponérmela en sí. Miedo a no sentir el parto, las contracciones, el expulsivo. Miedo a los efectos secundarios para mí y para mi bebé (que los tiene).

Decidí colocarme en el suelo a cuatro patas apoyándome sobre la pelota, a ver si así la cabeza se encajaba y la dilatación avanzaba más rápido. La contracción fue muy intensa, muy dolorosa, y Papá Oso exclamó "¡Estás sangrando!"

Avisamos a la matrona, que en principio no se preocupó mucho pero llamó a la ginecóloga, que vino y no le dio importancia, ya que el registro de Polluelo y de las contracciones estaba bien. 

En cada contracción sangraba, y en una de ellas expulsé un coágulo bastante grande. Eran contracciones de las que yo llamo "dobles", en las que se nota como el bebé empuja y que se supone que ya dan paso al expulsivo. De nuevo avisamos y la ginecóloga me exploró (otro tacto) tumbada en la cama, lo que hacía que las contracciones fueran mucho más insoportables.

"Hay que valorar el PH del bebé. Nos vamos a paritorio"

Al parecer a Polluelo se le bajaban las pulsaciones después de las últimas contracciones y el registro ya no era fiable. Había que tomar una muestra (una gota) de sangre de su cabecita, para comprobar que tenía suficiente oxígeno.

Miedo. Dolor. 
Había perdido la noción del tiempo.
Me tuve que tumbar en la cama para que me trasladaran a paritorio. Las contracciones tumbada eran insoportables. Papá Oso me daba la mano y yo se la apretaba con todas mis fuerzas.

(continuará...)

jueves, 12 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (II)

Como ya conté en el primer capítulo, decidimos que íbamos a mentir. El protocolo de nuestro hospital nos parecía muy restrictivo y limitaba mis posibilidades de ponerme de parto por mí misma tras la rotura de bolsa.


Al llegar a urgencias me tomaron la tensión y la temperatura y me pidieron algunos datos básicos. A continuación pasamos a monitores, donde la matrona encargada me dijo que debería haberme esperado unas horas en casa, que había ido muy pronto (¡Ay! Si tú supieras...).

Durante la media hora de monitores tuve unas tres contracciones no muy fuertes. Pasé después a que me explorará un ginecólogo, que por suerte, era bastante majo (no soy yo muy fan de los gines durante embarazo y parto). Me hizo un tacto (algo que se supone que está desaconsejado con bolsa rota) y también una eco. Polluelo estaba perfectamente colocado (una de mis mayores preocupaciones) y estaba de 3 cm y cuello blando, lo cual me animó bastante, aunque según él era algo normal siendo un segundo embarazo.

Me propuso ponerme el tampón de prostaglandina para animar la dilatación o bien esperar las 12 horas de protocolo y ponérmelo una vez transcurrieran si es que no me había puesto de parto. Le dije que prefería esperar, que seguro que aquello se animaba.

Me subieron a planta. Las habitaciones son compartidas y hace un calor horroroso. Me puse el maravilloso camisón con el culo al aire y aún así no podía dejar de sudar.

Nos fuimos a pasear por el pasillo, iluminados por los fluorescentes. Subimos y bajamos escaleras, saludamos a otra pareja paseadora las seis o siete veces que nos la cruzamos, y parecía que Polluelo se animaba. Las contracciones eran soportables pero sucedían cada 5-7 minutos.

Como estaba tan cansada, decidimos parar un rato, pedimos una pelota de pilates y la coloqué junto a la cama, dónde apenas había hueco para sentarme. Me puse música con los cascos, moví la pelvis, le traté de transmitir a Polluelo que se nos acababa el tiempo, volvimos a pasear, hicimos una videollamada con Pajarin, me duché y cenamos.



Se hacía de noche, y el cansancio podía conmigo. Mi esperanza era la oscuridad. Seguro que si me tumbaba un rato y descansaba, esa noche se activaba "el mecanismo". 

El calor y la sensación de que se nos acababa el tiempo, no me dejaba dormir. Si acaso me quedaba un poco traspuesta algunos minutos. Papá Oso se tumbó conmigo en la cama y juntos acariciamos y animamos a Polluelo, que no parecía tener muchas ganas de salir...
"Cariño, sino sales tú, te van a hacer salir..."

Las contracciones se fueron parando. Ahora aparecían cada 10-15 minutos y eran leves. Me sentía mal por haberme tumbado, tal vez si hubiera seguido andando... Pero no podía, el cuerpo me decía que parase, y además no sabía lo que me quedaba por delante.

A las 5 de la mañana se acababa el tiempo, y veía como la hora se iba acercando sin tregua. Mi amiga matrona me tranquilizó.
"No le tengas miedo a la prostaglandina, aunque sea inducción es la forma menos invasiva y seguro que funciona". Así que me relaje, y conseguí dormir algo, esperando a que llegara la hora en que me pusieran "el tampón".

En este tiempo nos acordamos mucho de Pajarin, que nunca había pasado una noche sin nosotros. Sabíamos que estaba bien cuidado y muy contento con sus abuelos, pero no podíamos evitar que en algún momento nos invadiera una sensación de tristeza y también de culpa en mi caso (como no, la bendita culpa).

Nos despertaron de repente. Era la matrona. Había llegado la hora, eran las 5.
"Recoged vuestras cosas que os bajan a paritario, que te van a inducir"
"¿Cómo? Me han dicho que a las 12 horas me ponían la prostaglandina, y yo entendía que sería aquí en planta".
"No sé, es lo que me han dicho, que tenéis que bajar. Hay una celadora esperándoos".

La matrona más desagradable no podía ser... Recogimos todo medio dormidos, a oscuras, y yo, empapada en sudor y sin apenas contracciones. 

"Seguro que es un malentendido. Igual me ponen el tampón abajo y me dejan allí en una sala de dilatación o igual me vuelven a mandar a planta una vez que me lo pongan. A ver si está el gine majo que me lo dijo al llegar..."

Pero no tenían esos planes para mí. Al llegar a la sala de dilatación, que por cierto, comparada con la habitación me pareció maravillosa, la matrona que me correspondía me dijo que me iba a poner monitores y oxitocina para comenzar la inducción.

"¿Cómo? ¿Por qué? ¿Y la prostaglandina?" 

Se me cortó el cuerpo. Sabía lo que significaba la oxitocina sintética y no quería que formara parte de mi parto ni del nacimiento de Polluelo.

(continuará...)

martes, 10 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (I)

El 3 de julio Polluelo y yo cumplíamos nuestra "fecha probable de parto" y daba la casualidad de que mi padre tenía que viajar a Madrid, se iba el 3 y volvía el 4. Mi madre era la encargada de quedarse con Pajarin cuando tuviéramos que irnos al hospital, y decidió que la noche del 3 de julio se venía a casa, así ya estaba aquí por si se desencadenaba el parto.


"¡Qué buena noche para nacer! Anda Polluelo, anímate, que la abuela está aquí y nos podemos ir tranquilamente".  Además, al día siguiente tenía revisión con la matrona y la ginecóloga, monitores y eco... Algo que no me apetecía nada. Sé que en muchos casos empiezan a hablarte de inducción, y con lo agorera que es mi gine, prefería ahorrarme la visita.

Aquella tarde estuvimos en la piscina, y yo estaba realmente agotada. Cada vez que Polluelo se movía, tenía una contracción (de las previas, no de parto), y lo de estar todo el día con la tripa dura me tenía exhausta. A eso añadíamos la pesadez, las ganas de parir y el calorazo que me impedía descansar bien.




Pues parece que Polluelo me escuchó y aquella noche antes de acostarme empecé con alguna contracción, no muy dolorosa, pero oye, algo se estaba moviendo. Me acosté con la esperanza de que aquella sería nuestra noche.

La noche pasaba. Cada vez que me despertaba y miraba la hora sentía que se nos acababa el tiempo, que no iba a ser nuestra noche.

Y efectivamente, eran las 6 de la mañana, y salvo alguna contracción aislada, tipo pródromo, por allí no se había movido nada. Me levanté a hacer pis, dispuesta a recoger la muestra de orina que tenía que llevar a la matrona. 
Pero entonces, al levantarme de la cama e ir al baño: "¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!" 
Papá Oso vino corriendo: "¿Qué pasa?"
"Que se me ha roto la bolsa".

En aquel momento me bloqueé. Era una de las cosas que más temía. La rotura de bolsa, en muchas ocasiones va asociada a inducción, y además el protocolo de mi hospital era esperar tan sólo 12 horas (en la mayoría son 24h y en algunos incluso 48h, como en el que nació Pajarin). Tenía 12 horas para ponerme de parto y sino me lo provocarían. El miedo me inundó. Algo que no me venía nada bien...

Traté de centrarme. Las aguas eran claras y notaba los movimientos de Polluelo. Todo estaba bien. Escribí a la matrona con la que iba a haber tenido el parto en casa para que me guiara sobre cómo actuar, ya que lo que no quería era irme corriendo al hospital.

Me fui con Papá Oso al salón (con 3 compresas y un empapador) y pensamos cómo íbamos a actuar. No tenía contracciones, si acaso alguna leve cada 15-30 min.

Pajarin se despertó a las 7 (nos ha salido madrugador el chico) y hablamos con mi madre para que se lo llevara a su casa, ya que con él por allí rondando, cantando y con su energía incansable, no me veía capaz de relajarme.

Hacia las 9:30 nos quedamos solos. Apenas había dormido 6 horas así que estaba agotada. Desayunamos y nos metimos en la cama a oscuras para tratar de descansar un rato y ver si Polluelo se animaba. La matrona nos recomendó esperar tranquilos en casa. No hacía falta ir corriendo al hospital, e ingresar allí para esperar a ver si me ponía de parto, era peor que esperar en la intimidad de nuestra casa.

Creo que conseguí dormir algo, pero el hecho de que las contracciones no llegaran me ponía bastante nerviosa. "Es normal que se pueda estar hasta 24 horas con bolsa rota sin ponerse de parto", me dijo la matrona, pero claro, yo tenía solo 12h...

Hacia las 11:30h empecé a agobiarme y le dije a Papá Oso de irnos ya al hospital. Llevaba días preocupada con que Polluelo no estuviera bien colocado, ya que la matrona en la última visita me dijo que tenía la cabeza un poco en diagonal, y yo además notaba como que "apoyaba" algo en mi cadera izquierda... Así que temía que pudiera desencadenarse el parto y su postura supusiera un problema.

Papá Oso me ayudó a relajarme, me dijo que nos pusiéramos una serie, y que ya iríamos al hospital un poco más tarde, que había tiempo. Polluelo además no paraba de moverse, así que decidimos seguir en casa. 

Aquello era un espectáculo de empapadores, compresas, sábanas mojadas, Papá Oso con la fregona detrás... Nada cómodo lo de ser una fuente...

Estuvimos con las persianas bajadas todo el día, Papá Oso me hizo masajes en manos y pies para relajarme, comimos, me senté en la pelota para tratar de activar "aquello", terminamos de preparar las cosas para el hospital, bailé, nos duchamos y hacia las 17h de la tarde, casi 11 horas después de haber roto la bolsa, nos fuimos al hospital.

Tras haberlo consultado con la matrona, tomamos una decisión: íbamos a mentir.

A las 17:40h entramos en la "Sala de Exploración" de Urgencias Maternales.
"Estoy de 40+1 y he roto la bolsa."
"¿A qué hora?"
"Hacia las 17h, justo lo que he tardado en ducharme y en dejar a mi hijo mayor con mi madre."

...(continuará)