sábado, 28 de noviembre de 2015

Llorar y llorar. Malditas hormonas

"Qué raro todo..." le decía a Papá Oso un par de horas antes de que nos dieran el alta tras el parto. "Llegué hace dos días con un barrigón, y ahora nos vamos a casa con un niño y una barriga flácida".
"A mí no me resulta tan raro", decía... Claro, es lo que tiene ser hombre.

Llegamos a casa, y no me parecía mi casa. Tanto tiempo preparando todo y ahora me sentía una extraña. Papá Oso y yo nos mirábamos, mirábamos a Pajarín, nos volvíamos a mirar y llorábamos. Y así varias veces. Que niño tan bonito, que bien había ido todo (porque tanto mi embarazo como mi parto fueron estupendos, pero esa es otra historia que algún día contaré). Por fin estábamos en casa los tres... Bueno, yo me habría quedado algún día más en el hospital, donde solo ves la tele, recibes visitas y te dedicas a contemplar y alimentar al recién llegado, mientras enfermeras, ginecólogos, pediatras y limpiadoras se encargan del resto.

Aunque he de decir que Papá Oso es todo un amo de casa, y si ya normalmente asume la mayoría de las odiosas tareas domésticas, durante su ridícula baja paternal me pude desentender del todo y dedicarme exclusivamente a Pajarín.

Pues no sé que pasó, que alguien abrió el grifo, y entré en un bucle de llorera continua. Algo que además con las visitas de los primeros días se hace más difícil todavía.

Lloré cuando le hicieron la prueba del talón.

Lloré al mirarle y pensar lo bonito que era, que era MI hijo y que estaba enterito y sano (esto varias veces al día).

Lloré cuando tuve que desnudarle para que la enfermera le pesara y se puso a llorar desconsolado (sí, lloré delante de la enfermera).

Lloré cuando fui a la peluquería a cortarme el flequillo y les contaba lo bien que había ido todo.

Lloré pensando que no iba a poder con esto, que igual me había equivocado y no valía para ser madre (esto también varias veces al día).

Lloré cuando fui al herbolario a comprarme vitaminas.

Lloré esperando a Papá Oso mientras hacía unas fotocopias.

Lloré dándole el pecho y sintiendo esa magia de la lactancia materna.

...y me dejo situaciones en el tintero, pero vamos, os podéis hacer una idea.

A Papá Oso ya le entraba la risa cuando me ponía a llorar, y yo, o lloraba más o me reía y lloraba a la vez. Vamos, una revolución hormonal sin igual e incontrolable.

¡Madre mía!¿Esto era ser madre? ¿No ganar para pañuelos? Alguien, con toda su buena intención, me aseguro que eso era lo que sentía toda la vida con los hijos, pero yo debo ser muy mala madre, porque en un par de semanas se me pasó.

Luego descubrí que este proceso tiene nombre: tristeza puerperal; y que es algo totalmente normal (siempre que no vaya a más).

He de decir que en mi caso me ayudó mucho el contacto con otras mamás (mejor si son recientes, porque mi madre no se acuerda de nada la pobre...). Tenía a mis amigas mamis fritas contándoles mis penas. También compartía llanto con mi imprescindible grupo de whatsapp "Mamás Octubre 2015" con el que contacté a través de un foro de bodas.net, con mis compañeras de pilates para embarazadas y con las mamás que acuden a las reuniones de La Liga de Leche.

La verdad que es un alivio saber que no eres la única, que también hay mamás que lloran cuando van a comprar el pan y que sienten que el mundo ha cambiado y solo tú te has dado cuenta.

Desde entonces prácticamente no he llorado... Solo algún día crítico que huelo a vómito y pis, que son las cuatro de la tarde y sigo en pijama y con pocas expectativas de poder ducharme... 

Aunque miro a Pajarín, tan inocente y bonito, y se me pasa la tontería.

lunes, 23 de noviembre de 2015

...y la hipogalactia llegó a mi vida

Ese momento en el que el mundo se me vino encima... Pajarín no se estaba alimentando, y era por mi culpa.

Una tarde de octubre le preguntaba nerviosa a Papá Oso si los últimos pañales que había cambiado estaban mojados. "Creo que no... No lo sé... A lo mejor muy poco".

" ¿Te has fijado si la rayita se ha puesto azul?", me preguntaba una amiga... ¿Qué rayita? Ni me había fijado en la "modernez" de la rayita, que cambiaba de color cuando el peque mojaba un pañal...
Si mis cálculos no fallaban, hacía 12 horas que Pajarín no hacia pis.

Mantenía 4 o 5 conversaciones simultáneas por whatsapp, con mamás recientes y alguna más experimentada, con un nudo en el estómago esperando que me dijeran que eso era normal.

Pero los resultados de Google no decían eso: "Seis o más pañales mojados al día, pis por cada toma..."

Con el nudo en el estómago nos fuimos a urgencias. Analítica de sangre para el peque y sacaleches para mi.

Creo que no lo he pasado peor en la vida. Tengo pánico a los análisis, y observar como sacaban sangre a mi pequeño de una semana que lloraba desconsolado no se va a borrar jamás de mi memoria.
Mi nerviosismo fue aumentando por minutos. Me tenía que extraer leche y de ahí no salía nada (bueno sí, unas gotitas). El pecho se me puso blandísimo, Pajarín no quería engancharse y lloraba desesperado. Le dieron 10ml de fórmula en una jeringuilla y a los 10 minutos hizo pis (por fin!).
Nos dejaron ingresados por la deshidratación del peque y para que yo siguiera utilizando el extractor después de cada toma.

Otra vez en el hospital, y esta vez por nada bueno. Me sentía la peor madre del mundo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de que no hacía pis? ¿Cómo no me había informado de las veces que debía hacer pis? ¿Por qué nos había pasado esto si le daba el pecho a demanda?

Meses antes de dar a luz, y por recomendación de varias amigas, me zambullí en el mundo de la lactancia. No es tan fácil como parece, me dijeron; infórmate bien, me aconsejaron. Y así lo hice. Acudí a varias reuniones de La Liga de la Leche, me leí de cabo a rabo su libro "El arte femenino de amamantar", (que por cierto recomiendo totalmente); y me sentía muy preparada e informada para afrontar la lactancia con ganas.

Pajarín comenzó a mamar al poco de nacer, en nuestro primer momento "piel con piel", y las primeras horas lo hacía constantemente. Una de las enfermeras comprobó que tenía calostro (con muy poca delicadeza he de decir, vaya pellizco!), además de asegurarme que tenía un pecho perfecto para amamantar (ayyy... Si yo te contara!). Nuestra lactancia materna fue a demanda siempre. Pajarín pedía cada hora y media, dos horas.  A veces estaba una hora, otras media, otras casi dos horas... Y aunque era duro y sacrificado, sabía que merecía la pena y era lo mejor para él.

En la revisión con la matrona a los cuatro días, comprobó que tenía leche (es decir, ya me había subido), y de hecho me estuvo recomendado que me masajeara porque se me ponía un pecho muy duro y al niño le costaría mucho sacar.

Efectivamente, le costaba sacar porque prácticamente no había. En una semana había perdido un 14% de peso pese a la lactancia a demanda.

El extractor no era mi amigo. Además de ser desagradable solo sacaba 2 o 3 ml cada vez que lo utilizaba. Nos aumentaron el refuerzo, y en un solo día el peque engordó.

He de decir que me rendí a la lactancia artificial, aunque no del todo. Le seguía poniendo al pecho en cada toma hasta que él quería y después le dábamos el biberón, que devoraba sin pensárselo.
Mi sentimiento en ese momento (y de vez en cuando reaparece) era de fracaso absoluto. Tanto informarme e intentar hacer las cosas bien no había servido para nada. Mi pequeño se había estado deshidratando por mi culpa y ahora además le tenía que dar fórmula (hasta entonces me consideraba anti-bibes).

Casi dos meses después hemos asumido la situación, así como mi hipogalactia. Y sí, me he asegurado totalmente de que soy "Hipogaláctika". Tras unas analíticas perfectas y un parto igual de bueno, achaco este problema a una intervención mamaria a la que me sometí hace años, que aunque me dijeron que no interferiría en la lactancia materna, parece que sí lo ha hecho. Y digo que me he asegurado totalmente, porque aunque en un principio me sentía abrumada por la situación y no tenía fuerzas para luchar, no me suelo rendir fácilmente y quería agotar todas las vías para evitar sentir que podría haber hecho algo más.

Hay un método (o tortura) llamado Extracción poderosa, que consiste en utilizar durante 48-72h un extractor eléctrico cada hora ( por las noches cada 3-4h), para aumentar la producción de leche. Pues ahí me véis cual vaca lechera dale que te pego con el sacaleches (alquilé uno eléctrico doble en Prenatal), además de las pertinentes tomas de Pajarín. Fue agotador tanto a nivel mental como físico, pero necesitaba hacerlo.

Según dicen, si esto no funciona, hay un problema real, y así fue. Mi extracción diaria no superaba los 30 ml y no aumentó en ningún momento.

Mi mayor miedo era dejar de dar el pecho, y es lo que estoy intentando mantener a toda costa. Además de ponerle al principio de cada toma, pide "teta" para dormir, para hacer caca, cuando tiene gases, cuando está intranquilo,... Necesidades que no cubre el biberón, y yo encantada. Pienso que no hay contacto más bonito que el de mamá y bebé al darle el pecho.

Marchando una de leche mixta!