martes, 29 de agosto de 2017

Padres sin titulación

Septiembre se acerca y vuelvo al blog. 

A veces, para que algo fluya, hace falta parar, vivir, y que entonces las ideas florezcan.

Anoche, después de un día en familia (numerosa), un pensamiento se instaló en mi cabeza.

Si prácticamente para todo en esta vida necesitamos formación, títulos, incluso experiencia que avalen que somos capaces de desarrollar un trabajo concreto o que tenemos ciertas habilidades, ¿por qué ser padres lo dejamos en manos del destino? 

El "trabajo" más importante de nuestra vida es aquel en el que vamos improvisando, saltando obstáculos, chocándonos, equivocándonos una y otra vez. Y, ¿quién sufre las consecuencias? Nuestros hijos. Pero que más da, ¿son niños, no?

Sé que hay personas que cuando van a sacarse el carnet de conducir, la práctica la tienen dominada, porque alguien de su familia les ha enseñado previamente a conducir; pero aun así, necesitan aprobar parte teórica y práctica y obtener un título.

Cuando comienzas a trabajar en una empresa, es habitual que algún compañero te forme en el trabajo diario, así como que la propia empresa te ofrezca formación respecto a su forma de hacer las cosas. Obviamente no quieren que llegue alguien de fuera a "hacer lo que le de la gana" y a poner en peligro el buen nombre que han conseguido (de hecho, si lo haces, estás despedido).

Sin embargo, ser padres no requiere formación ni título, ¿para qué? Si eso sabe hacerlo cualquiera, ¿no?

Tal vez, la lógica de que no sea necesaria una formación previa para convertirse en padres, es que, hace muchos años, vivíamos en tribu. De hecho, es la forma natural de vivir del ser humano. Los niños son criados por la tribu, y todos los miembros contribuyen al bienestar y el crecimiento de estos. 

Vivir en tribu significa aprender de lo que ves y vives a diario a lo largo de toda tu vida. La crianza está tan integrada que es algo sencillo. Además cuentas con el apoyo y la ayuda inestimable del resto de miembros.




¿Pero cómo lo hacemos a día de hoy? Normalmente, y hablo de mí en concreto, no hemos visto criar a otros niños, ni a otras mujeres dar el pecho o dormir a sus hijos, ni cómo gestionar el descontrol emocional de los "famosos" dos años, entre otras cosas.

Entonces, ¿desde qué conocimientos criamos, desde qué experiencias? Nos escudamos en el instinto, ese que yo he nombrado más de una vez, y de lo que a día de hoy me retracto.

El ser humano es la única especie que no tiene instintos, tal vez sí intuición para hacer las cosas de determinada manera; pero ¿en serio dejamos la responsabilidad de criar a nuestros hijos en manos de nuestra intuición? Intuición que puede estar gobernada por lo que marca la sociedad y por nuestro estado emocional, tan variable a veces, que ni nosotros mismos somos capaces de entendernos.

Lo habitual es que, además de esa intuición condicionada, sea nuestra infancia la que nos guíe en el proceso de criar y educar a nuestros hijos, porque es normalmente nuestra única referencia, y total, no "hemos salido" tan mal, ¿no?

Y es precisamente cuando nos limitamos a nuestra infancia, a cómo nos educaron nuestros padres, cuando nos perdemos por el camino. Porque hay cosas que no nos cuadran o no tienen que ver con nuestra forma de ver la vida, pero, si no lo hago así, ¿cómo lo hago? ¡Si se ha hecho así toda la vida!

Es cierto que la mayoría de padres tratamos de acompañar a nuestros hijos de la mejor forma que sabemos y podemos; pero quedarnos en esto, hoy en día, es bastante limitante.




La cantidad de información a la que tenemos acceso, la infinidad de libros, charlas, talleres, páginas web, vídeos, etc., sobre crianza y educación, nos abren un océano inmenso en el que zambullirnos. Pero claro, hay que tener ganas de nadar, ganas de sumergirse hasta el fondo para localizar el precioso arrecife de coral, repleto de bancos de peces de colores y esquivar tiburones que con su pseudociencia pueden dejar una herida profunda en nuestros hijos (sí, hablo de Estivill entre otros).

El proceso de "desaprender" es un trabajo diario. Se trata de empoderarse como madre y padre teniendo la certeza de que es el amor el que mueve nuestras acciones y no "lo que hacían mis padres conmigo" o "lo que me ha dicho la vecina de mi prima".

Y sí, a veces da pereza nadar, y nos quedaríamos tomando el sol y dejándonos llevar por esa intuición o por esa reacción automática que "salta" ante el comportamiento de nuestros hijos. Pero, ¿de verdad es lo que quieres? 

Tenemos el trabajo más difícil del mundo. Los adultos del mañana están en nuestras manos y de nosotros depende su camino. Así, sin formación universitaria, ni prácticas ni título alguno.

Tú decides si merece la pena, ¿nos vemos en el fondo del mar?