domingo, 31 de marzo de 2019

Atrapada en el paritorio

Tal vez el nombre de este post suene un poco a "cutre-película" de terror, pero es algo que llevaba tiempo queriendo sacar, y que de hecho me recomendó la psicóloga para sanar y ayudar a otras mujeres que pudieran leerme y sentirse identificadas.

"Menuda exagerada", pienses tal vez al leerme, pero las vivencias de cada una son únicas e incomparables, y el momento del nacimiento de un hijo es uno de los momentos más importantes, empoderantes y a la vez vulnerables de una mujer.

Si no has leído mi relato del nacimiento Polluelo (Parte IParte IIParte IIIParte IV), te invito a hacerlo para entender mejor lo que voy a contarte, y también porque no voy a eternizarme relatando todo de nuevo...

Mi segundo parto no fue para nada como había esperado, si pienso en aquel día además del dolor, lo que viene a mi mente es rabia, engaño, frustración, ...

Al explorarme y ver que había roto bolsa, el ginecólogo me planteó dos opciones: la que él me recomendaba, que era ponerme ya la prostaglandina; o bien, esperar en planta doce horas a ver si me ponía de parto sola y sino, ponerme entonces la prostaglandina para que el parto evolucionase.

Obviamente, yo, que quería que mi parto fuese lo más natural posible, elegí la segunda. Estaba convencida de que dándome tiempo y paseando, se iniciarían las contracciones.
El problema es que el parto tenía que iniciarse en el hospital, a principios de julio, con unas habitaciones compartidas a casi 40 grados, pasillos con luces fluorescentes y un mini espacio para ponerme en la pelota.
Si pensamos en la mujer como animal mamífero, estas no son para nada las condiciones idóneas para que se desencadene el parto, salvo que estés a tope de oxitocina y seas capaz de abstraerte totalmente del lugar y la situación.

No era mi caso. Llevaba desde las seis de la mañana despierta y desde que ingresé en planta tenía un margen de unas 9 horas para ponerme de parto de forma natural.
No sé los kilómetros que caminé por los pasillos del hospital, pero era tal el agotamiento que necesité acostarme a descansar. Las contracciones no terminaban de llegar y aún me quedaba un parto por delante, así que necesitaba reunir algo de fuerzas.

La verdad es que apenas descansé.
A las 5 a.m. vino un enfermera para bajarme a paritorio para la inducción.
"¡¿Perdón?! Si me iban a poner la prostaglandina".
"No sé, es lo que me han dicho".

Tenía que ser un error. Igual es que me ponían la prostaglandina en paritorio por si me ponía de parto. No había otra explicación.

Al llegar a paritorio la matrona nos dijo que me iban a empezar a poner oxitocina poco a poco, que ya llevaba muchas horas con la bolsa rota (según el protocolo de su hospital, claro).
Papá Oso y yo nos quedamos helados. No podía ser, eso no era lo que nos había dicho el ginecólogo, los dos habíamos escuchado lo mismo.
Pues el ginecólogo se plantó en el paritorio y nos aseguró convencidísimo de que él no nos había dicho eso.

Y allí estaba, atrapada en el paritorio, porque aunque no estuviera de acuerdo, no podía salir de allí y tenía que acatar lo que me dijeran.
Sí, podría haberme negado en rotundo y haber luchado contra el criterio de matronas y ginecólogos, pero no tenía fuerzas para ello, y muy probablemente habrían alegado a la salud de mi hijo.

Y allí me vi, en manos de unos profesionales, que aunque en todo momento sentí que me trataban con respeto, no me inspiraban confianza...
Mi bloqueo por estar entrando de lleno en una inducción, y esa sensación de que me habían engañado y me estaba sumergiendo en un parto intervenido, no me ayudaron nada.

No quería estar allí, así no, pero no tenía otra opción.




Tras horas de dolor, preocupación por mi sangrado y en algún momento por el buen estado de Polluelo, llegó por fin el expulsivo, también largo y doloroso, junto a una matrona, que aunque me informaba y apoyaba en el proceso, sentía que no estaba preparada/acostumbrada a partos sin epidural, y que las posiciones que me sugería no favorecían la salida de Polluelo. (Esto lo he comentado con amigas matronas, que efectivamente me han confirmado mi pensamiento - es un tema simple de gravedad).

Siento que me robaron mi parto, que las cosas podrían (o no) haber sido muy diferentes si el protocolo y el personal que me atendió hubiera sido otro.
Y me vi atrapada en un hospital que no quería, en un protocolo que no entendía; y me sentí engañada y desconfiada.

Porque cuando sabes que los partos pueden atenderse de otra forma, cuando además lo has vivido anteriormente, no todo vale; y el no sentirme dueña de uno de los momentos más importantes de mi vida, y de la vida de mi hijo, me hizo y me hace sentir rabia, frustración, tristeza y culpa, que dejo aquí hoy.

Las descargo de mi mochila y las guardo en este blog, porque ya no las necesito, y tal vez, a ti, te viene bien leer algo así.



martes, 26 de marzo de 2019

3 años (y medio)

Tengo pendiente escribir este post prácticamente desde hace seis meses, pero es lo que tiene la bimaternidad, que si antes tenía poco tiempo, ahora es casi inexistente.

Antes de escribir esto, he releído lo que te escribí cuando cumpliste dos años. 
¡Qué de cambios! ¡Qué diferente es todo y que distintos también nosotros!

Tengo algo que confesarte: a veces no sé quién eres, aunque también es verdad que a veces ni yo misma sé quién soy, aunque creo que me da más vértigo no reconocerte a ti.

En momentos de calma, (que no son muchos), cuando juegas, miras un libro o duermes, te miro y trato de encontrarte. 
¿Dónde está mi bebé?

Bueno, pues el bebé ya no está, eres un niño precioso, muy alto y menos relleno ("bollete relleno de cacahuete", solíamos decir). Además te has convertido en hermano mayor, y has empezado el cole.

Muchos cambios, tal vez demasiados. 
Porque ya no eres un bebé, pero sigues siendo un niño muy muy pequeño, aunque a veces tu forma de hablar y comportarte nos dé la sensación de que eres mayor de lo que realmente eres.

Y aquí estamos, papá y yo, tratando de hacerlo lo mejor posible, dentro de nuestra inexistente educación emocional y nuestra falta de herramientas de educación respetuosa.

No está siendo fácil para nosotros, y supongo que tampoco para ti.
Tu hermano tiene casi nueve meses, recorre la casa arrastrándose y se ríe y "parlotea".
Tú le quieres mucho, no porque nosotros te lo digamos, que nunca lo hemos hecho, sino porque lo notamos. Casi desde su llegada has querido estar cerca de él, y te encanta mirarle. Alguna vez cuando llora, le cantas "Paristik natorren", porque sabes que le gusta, y cuando se despierta y asoma la cabecilla sueles dedicarle un "¿Qué pasa txiki? ¿Cómo estás chiquitín?"
Pero entendemos que esto de ser cuatro es complicado, y más con un bebé al que hay que dormir, dar el biberón, limpiar, cambiar, etc; tareas que impiden que estemos contigo constantemente.
Además ya llega a todo y empieza a coger tus juguetes, a tirarte las torres y a chupar los gigantes, cosas que mucha gracia no te hacen. Eso sí, tú lanzas lo suyo por tooodo el salón.




Ha dejado de gustarte la verdura ("puuuaaaj" dices con cara de asco), y hay días que te alimentas a base de fruta y cereales. Eso sí, la pizza en el salón la noche del viernes viendo Masterchef no la perdonas.

Sigues durmiendo con nosotros en tu camita pegada a la grande donde dormimos el resto, aunque te va motivando algo más la cama de tu habitación. Allí se pueden leer libros de música, y contar cosas en voz alta sin despertar a Polluelo. De momento, la finalidad de estar allí es leer, que la cama de dormir es la de la habitación común, pero hay días que estás tan cansado o enfadado, que duermes un rato ahí.

La adaptación al cole ha sido larga pero tranquila (esto lo dejo para otro post) y sentimos que eres feliz allí con tu maestra y "tus niños y niñas", aunque la jornada es demasiado larga y estás muuuy cansado.




Una de tus palabras favoritas actualmente es "Tont@", en versión grito, normal o drama.
A veces incluyes un "No voy a jugar más contigo", y también un "No te voy a escuchar más".

Tenemos que pensar mucho en lo que te vamos a decir y cómo lo vamos a hacer, ya que estamos a tope con la negación, la autonomía y básicamente hacer lo que te de la gana, y si es contrario a lo que nosotros queremos/pedimos, mucho mejor.
Esto de pensar antes de hablar es posible cuando somos dos adultos para dos niños o cuando está uno para dos y no hay tensión o agotamiento en el ambiente. 
Y nos liamos muchas veces cariño, y te gritamos o utilizamos frases de forma inconsciente, pero tratando de rectificar y pedirte perdón cuando sentimos que lo hemos hecho mal.
Estamos todos aprendiendo...
Tú a lidiar con todas esas emociones locas, a crecer y a ser hermano mayor; y nosotros a ser padres, que es algo que no te enseñan, y que con más de un hijo se complica todavía más.

No sé cómo irás creciendo y evolucionando, en qué personalidad desembocará esta intensidad con la que vives tanto lo bueno como lo malo, lo que sí espero es estarte acompañando en la construcción de raíces fuertes, que a su vez te den alas.

Vuela Pajarin, vuela.
Feliz tercer vuelta (y media) al Sol.



lunes, 14 de enero de 2019

Claves para un postparto "fácil"

Consejos vendo, para mi no tengo.
Soy la primera que me sé la teoría y luego la práctica la aplico regular, pero igual, a ti te sirve, y te facilito “un poquito” las cosas.
Mis postpartos no han sido fáciles. Bueno, creo que ningún postparto es fácil de por sí.
El primero me removió mucho emocionalmente, e ingresamos con Pajarin cuando tenía tan solo 14 días.
El segundo, al que temía muchísimo emocionalmente, ha sido muy complicado a nivel físico. Tres meses sangrando, con su correspondiente anemia e intervención para quitarme un mioma, y remolino emocional cuando ya me encontraba bien físicamente.
De hecho, podría decir, que con un bebé de casi 6 meses, sigo todavía en una montaña rusa de puerpera.
Ya me dijo “mi alma gemela” que el postparto del segundo era muuuucho más largo. Supongo que apenas hay tiempo para dedicarse a una misma y sus emociones, y esto se va alargando en el tiempo.
Así que aquí te dejo unos consejos (o “tips” en moderno) para sobrellevarlo lo mejor posible:


1. Cómprate (o pide prestado) un portabebés.

La mayoría de bebés, simplemente por el hecho de serlo, necesitan mucho contacto, y como solemos tener otras mil cosas que hacer, o incluso, atender a otrxs hijxs; lo de tenerles todo el día en brazos puede ser muy desesperante.
Un portabebés te permitirá cubrir esa necesidad de tu bebé (y tuya) de contacto, con los brazos totalmente libres.


2. Sal a la calle.

Aunque haga frío, viento o llueva. Aunque la pereza te impida despegarte del sofá. De verdad, sal a la calle. Con un portabebés, un buen abrigo, y un paraguas, no hay clima que se resista. 
A ver, que no vas a salir diluviando, pero en el norte, como esperes a que haga buen tiempo, te quedas medio año en casa.
Así que equípate y sal. 
Que el viento te despeine, que el sol caliente tu cara.
Ver gente, salir de tu burbuja de pañales, leche agria, despertares y llantos, te hace darte cuenta de que hay vida más allá, que esto pasa, y que los bebés crecen y las madres sobreviven.


3. Pide ayuda.

Es algo que nos suele costar. Nos han enseñado a ser autosuficientes y hacer todo por nosotras mismas. Pero, hazme caso, es una mentira enoooorme.
Y más con un bebé totalmente dependiente, que con un poco de suerte te deja ducharte cada dos días.
Deja de pedir comida (porquerías) a domicilio. Pide a tus padres, amigxs, vecinxs, hermanxs o cuñadxs, que te lleven unos tupers, que se hagan cargo un rato de tu/s otro/s hijx/s, que te hagan la compra, o cualquiera de las cien mil cosas que tienes en la lista de pendientes.
Seguro que lo harán encantados, y si no, da igual, te toca pensar en ti y en tu bebé.





4. Hazlo fácil, no difícil.

Esta es una frase que utilizo bastante con Pajarin desde que estaba embarazada, y ahora cuando me quedo sola con los dos:
“Cariño, vamos a hacerlo fácil, no difícil”.
Pues eso, que igual hacer una pizza casera, masa incluida, no es lo más sencillo con un bebé muerto de sueño y un hijo mayor muerto de hambre. Una masa congelada ( o una pizza preparada) hace el apaño y nos facilita la vida.
Ir de rebajas, a primera hora, para poder probarte y que la tienda esté todavía medio ordenada, tal vez no sea compatible con el ritmo de tu bebé. Tira de compra online, que es muy apañado y casi siempre puedes devolverlo sin problemas.
Esto Papá Oso lo tiene muy integrado, “¿Para qué me voy a estar complicando tanto?”. En esto, ellos suelen ser mucho más prácticos.


5. Observa mucho a tu bebé.

La comparación es tan odiosa como inevitable, y suele aparecer tanto si tenemos otrxs hijxs, como si tenemos cerca otros bebés.
Seguro que el tuyo es el que come y/o duerme peor, ¿verdad?
Observa a tu bebé, es único, y haciéndolo empezaras a ser consciente de cuál es su naturaleza, de cuál es su ritmo y sus necesidades.
Aunque tal vez preferirías que fuera de otra forma, que “no te lo pusiera tan difícil” (el no te lo pone de ninguna manera, que conste, no hace las cosas para fastidiarte), que durmiera más tiempo, no se despertara tanto, y un largo etcétera,… Tu bebé es único, inigualable, igual que lo es su temperamento y la personalidad que irá desarrollando a lo largo de la primera infancia.
Puedes aceptarle y acompañarle, o luchar contra él…
(Todo esto me lo digo a mí directamente, pero igual te sirve).





6. Delega. Es su padre.

Ufff, como nos cuesta a veces delegar, ¿verdad? Sobre todo cuando nuestrxs hijxs son pequeñxs. Nadie lo va a hacer como nosotras, ni siquiera su padre.
Pues no, efectivamente no lo va a hacer como nosotras, lo va a hacer como él sabe, como su padre que es. Y estará bien, porque nuestro hijo descubrirá y se enriquecerá de otra forma de hacer las cosas; bien sea cambiarle el pañal, dormirle, portearle o cantarle una canción.
¡Confiemos!


7. Rodéate de madres.

La tribu es muy importante. 
Dejar de sentirte una loca o una exagerada. Comprobar que lo que te pasa a ti le pasa a otras muchas.
Tal vez tus amigas, vecinas, primas o hermanas no tengan hijxs, o los tengan ya tan mayores que hayan olvidado la etapa tan intensa en la que te encuentras, pero seguro que hay algún grupo de crianza cerca de tu casa (o en la otra punta de tu pueblo/ciudad) al que merece la pena que te acerques de vez en cuando para compartir, hablar o solo escuchar.
Y sino, siempre nos quedará internet, las videollamadas y los audios de WhatsApp.


8. Pon música.

La música es sanadora, para nosotras y para nuestrxs hijxs. 
Cantar, bailar, escuchar música que nos gusta, que nos motiva, que nos sube el ánimo o que nos relaja.
A mi, desde luego, puede cambiarme el humor y enderezar el día que había empezado torcido.
Es una herramienta muy sencilla, que se me olvida casi siempre.


¡Feliz postparto!