Este año, por primera vez, estaba deseando que se acabara la Navidad. Demasiada gente, demasiado jaleo y Pajarin demasiado pequeño. También, tengo que añadir, que no tengo que volver al trabajo después de las fiestas, y eso hace que todo sea diferente.
Así que, por fin, con Papá Oso desmontando árbol y demás adornos, y Pajarin en una de sus múltiples siestas; aprovecho para continuar con el relato de mi parto. (Este post ha sido escrito finalmente en cuatro veces, y lo he terminado con Pajarin en brazos, sino imposible)
Creo que en la primera parte olvidé mencionar que quería un parto natural, con la mínima intervención posible; de hecho por eso elegí el Hospital de Torrejón, porque es de los pocos (por no decir el único) que garantiza un parto respetado.
La matrona que me atendió había leído previamente mi plan de parto, aunque quiso que le confirmara si efectivamente no quería ponerme epidural. Yo, siempre que alguien me preguntaba si me la iba a poner , contestaba: "En principio, no". Nunca digas nunca, y no sería la primera que reniega de la epidural y finalmente se la pone. Había leído bastante sobre ella y sabía las consecuencias y efectos secundarios que podía tener tanto para mi como para mi bebé, así que quería evitarla por todos los medios.
Como decía, a las 16:30 volvió la matrona. En esas tres horas y media, únicamente habían entrado en el paritorio cuando yo avisaba para que me calentaran el saco de semillas. Allí estábamos Papá Oso y yo, con nuestra musiquita, él comiendo frutos secos y barritas de cereales, y yo dilatando. De vez en cuando me preguntaban: "¿No necesitas nada? ¿Quieres probar el gas?" El gas es uno de los métodos para minimizar el dolor que pueden facilitarte en el Hospital de Torrejón. Es el conocido "gas de la risa", que al parecer disminuye la sensación de dolor, pero puede provocar mareo. No puedo contaros más porque no lo utilicé. Lo llevaba bastante bien dentro de lo que cabe, y como tengo tendencia al mareo preferí evitarlo.
La matrona me exploró y me dió la buena noticia de que estaba de siete centímetros. ¡Sólo quedaban tres! El batacazo vino cuando me dijo que en tres horas volvía. ¡¿¿Tres horas más??! Estaba agotada. Las contracciones cada vez eran más fuertes y me daba miedo no tener fuerzas para empujar cuando llegara el momento. Me colocaron una colchoneta en el suelo con la pelota de pilates encima, para que me colocara de rodillas y me apoyara sobre ella. En esa posición estaba mucho más descansada.
A los diez o quince minutos de estar así colocada, noté una presión muy fuerte en la pelvis. Oh oh... Parecía que Pajarin se había encajado. La siguiente contracción fue mortal, necesitaba empujar pero no quería. Hacía solo media hora que la matrona me había explorado. ¿Y si no estaba dilatada por completo y me desgarraba?
Papá Oso se acerco a mi ante mis alaridos de dolor. Casi le rompo la mano de lo que se la apretaba. "¡Qué venga la matrona! ¡Que no quiero empujar!" Empecé a sudar como si no hubiera un mañana. Me quería cambiar de posición pero no podía, cada vez que me movía me daban ganas de empujar. Ahí si que me sirvió una de las respiraciones que nos enseñaron en las clases preparto; la típica de soplar rápido que aparece en todas las películas cuando una mujer está de parto. Así pude aguantar hasta que vino la auxiliar a decirme que la matrona estaba atendiendo otro parto, y que si tenía ganas de empujar que lo hiciera, que el cuerpo es sabio. "De eso nada, que yo no empujo hasta que me explore". Papá Oso con la cara desencajada y sudando también la gota gorda, me ayudo a levantarme para sentarme de nuevo en la pelota.
Por fin llegó la matrona. A duras penas me tumbé para que me explorara. Yo cruzaba los dedos para que no me viniera una contracción en esa postura. ¡Dilatada completa!
"¡Ay! Que me viene una" (apretón a la mano de Papá Oso)
"Espera un poquito", me decía la matrona mientras me colocaba el monitor que controlaba a Pajarin
"¡¡No puedo!!" gritaba medio llorando mientras soplaba como una loca.
"Venga, vale, empuja. Ya puedes"
Madre mía, eso sí era dolor. Y ya me había advertido la matrona que no me pensara que el expulsivo era como en las películas, un par de empujones y fuera. ¡Socorrooo! Me ofreció la silla de parto, pero yo ya no me quería mover más, aunque realmente era mi idea inicial.
"Te tengo que poner una vía"
"Noooo... ¿Por qué?" (Con cara de pena incluída. Lo paso fatal con las agujas, así que imaginaros con una vía. De hecho con la única que me han puesto en mi vida, me desmayé)
"El bebé está teniendo algún episodio de bradicardia y tengo que ponerte algo (no sé si me dijo qué era), para que se recupere"
(Ay, madre mía, vaya suerte) "Vale, pónmela"
Vi como corría hacia la zona material quirúrgico y preparaba acelerada las cosas. Ahí empecé a ponerme nerviosa.
Mientras ella intentaba localizarme alguna vena para ponerme la vía, yo seguía empujando. Aquello ya iba cuesta abajo y sin frenos.
Yo no fui consciente de ninguno de los pinchazos, pero Papá Oso que lo veía, se extrañaba de que no me hubiera desmayado ya con la escabechina que me estaba haciendo. Primero en el brazo y luego en la mano. Nada, imposible. Pero al parecer ya no hacía falta. Pajarin tenía prisa y ya estaba saliendo.
Experimenté el denominado "arco (o aro) de fuego", que es una quemazón horrorosa según va saliendo el bebé. Fue increíble notar como salían los hombros de Pajarin y se giraba para colocarse La matrona y la auxiliar me animaban a empujar. Yo, con los pies en los estribos y la mano de Papá Oso rota entre mis dedos, di el mayor empujón que pude. Los años de pilates y mi potente suelo pélvico hicieron efecto. Pajarin salió disparado. Yo no lo vi, pero según me cuenta el de la mano rota, la matrona lo cogió al vuelo, y empezaron a reirse todos. Menos yo, me temblaba hasta el último pelo, estaba exhausta.
Me pusieron a Pajarin encima sin cortar el cordón. "Qué guapo es" fue lo primero que dije. No sé por qué , tenía un trauma con que el niño nos saliera feo. Pero era precioso, y estaba tan tranquilo, como el que lleva en este mundo toda la vida. Tenía los ojos muy abiertos y un color de piel precioso.
Fue un parto velado, es decir el niño salió cubierto con la bolsa amniótica. Para la explusión de la placenta suelen poner oxitocina intravenosa para facilitar las contracciones. Sin embargo, como el niño estaba al pecho y el parto había sido muy rápido, la matrona prefirió esperar. Me dijo que empujara (madre mía si me temblaban hasta las pestañas), y mis empujones eran bastante ridículos, pero fue tirando poco a poco del cordón y la placenta salió completita. Una vez que el cordón dejó de latir, Papá Oso lo cortó, según le indicó la matrona.
La auxilar me ayudó a colocar a Pajarin para que mamara, aunque previamente nos tuvieron que limpiar a ambos porque se había hecho caca. Se engancho enseguida, y fue una sensación extraña. No imaginaba como sería, y desde luego no dolía, que era lo que más me preocupaba. Lo que es verdad es que hasta más adelante no empecé a disfrutar de la lactancia materna. Ahora cada momento que está en el pecho es puro placer.
Para finalizar, los "benditos" puntos. No me hicieron episotomía, pero tuve un desgarro de segundo grado. Resultado: tres puntos. Primero los pinchazos de la anestesia, y luego cose que te cose como quien coge el bajo de un pantalón. ¿Tres puntos? Si parecían veinte.
Por fin acabó y nos dejaron descansando; no sin antes felicitarme por mi magnífico parto y haber aguantado sin ayuda: "Lo has conseguido tú sola, estás hecha para parir. Nos vemos con el próximo" Seguro que se lo dice a todas (jijiji).
Las siguientes horas fueron mágicas pero muy largas. Papá Oso y yo nos mirábamos incrédulos. Nuestro hijo... Pajarin dormía y mamaba sobre mi pecho. Le pusieron la vitamina K y la cremita en los ojos sobre mi, aunque le cogieron para cambiarle porque se había hecho caca de nuevo (un no parar).
Tenía el cuerpo molido de la cama de partos, aunque a las tres horas me levanté para ducharme en el propio paritorio. Papá Oso y yo estábamos hambrientos. Yo con más razón, desde las siete de la mañana no comía nada; lo de él viene de serie. Me trajeron una cena que dejaba mucho que desear; por dios, que necesitaba reponer fuerzas. Menos mal que pude sustituirlo por un bocadillo de jamón de la cafetería.
Pajarín nació a las seis de la tarde y nos subieron a la habitación a las once. Aquella noche y por recomendación de las enfermeras empezamos a hacer colecho, que seguimos manteniendo hoy en día. Era tan bonito ver a mi pequeñín junto a mi, piel con piel... Sin duda un día inolvidable.
Fue un parto velado, es decir el niño salió cubierto con la bolsa amniótica. Para la explusión de la placenta suelen poner oxitocina intravenosa para facilitar las contracciones. Sin embargo, como el niño estaba al pecho y el parto había sido muy rápido, la matrona prefirió esperar. Me dijo que empujara (madre mía si me temblaban hasta las pestañas), y mis empujones eran bastante ridículos, pero fue tirando poco a poco del cordón y la placenta salió completita. Una vez que el cordón dejó de latir, Papá Oso lo cortó, según le indicó la matrona.
La auxilar me ayudó a colocar a Pajarin para que mamara, aunque previamente nos tuvieron que limpiar a ambos porque se había hecho caca. Se engancho enseguida, y fue una sensación extraña. No imaginaba como sería, y desde luego no dolía, que era lo que más me preocupaba. Lo que es verdad es que hasta más adelante no empecé a disfrutar de la lactancia materna. Ahora cada momento que está en el pecho es puro placer.
Para finalizar, los "benditos" puntos. No me hicieron episotomía, pero tuve un desgarro de segundo grado. Resultado: tres puntos. Primero los pinchazos de la anestesia, y luego cose que te cose como quien coge el bajo de un pantalón. ¿Tres puntos? Si parecían veinte.
Por fin acabó y nos dejaron descansando; no sin antes felicitarme por mi magnífico parto y haber aguantado sin ayuda: "Lo has conseguido tú sola, estás hecha para parir. Nos vemos con el próximo" Seguro que se lo dice a todas (jijiji).
Las siguientes horas fueron mágicas pero muy largas. Papá Oso y yo nos mirábamos incrédulos. Nuestro hijo... Pajarin dormía y mamaba sobre mi pecho. Le pusieron la vitamina K y la cremita en los ojos sobre mi, aunque le cogieron para cambiarle porque se había hecho caca de nuevo (un no parar).
Tenía el cuerpo molido de la cama de partos, aunque a las tres horas me levanté para ducharme en el propio paritorio. Papá Oso y yo estábamos hambrientos. Yo con más razón, desde las siete de la mañana no comía nada; lo de él viene de serie. Me trajeron una cena que dejaba mucho que desear; por dios, que necesitaba reponer fuerzas. Menos mal que pude sustituirlo por un bocadillo de jamón de la cafetería.
Pajarín nació a las seis de la tarde y nos subieron a la habitación a las once. Aquella noche y por recomendación de las enfermeras empezamos a hacer colecho, que seguimos manteniendo hoy en día. Era tan bonito ver a mi pequeñín junto a mi, piel con piel... Sin duda un día inolvidable.
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