domingo, 3 de enero de 2016

Pajarín: su llegada al mundo [Primera parte]

Este año la Navidad ha llegado con visitas de amigos y visitas familiares (demasiado intensas), turnos de Papá Oso poco conciliadores, y una huelga de lactancia materna de Pajarin, lo que me ha convertido en la mejor amiga del sacaleches. Así es complicado sacar un hueco para escribir, y este post requiere su tiempo. La historia sobre el día más importante de nuestras vidas se merece echarle un ratito y contarla con detalles.

Pajarin nació un domingo de octubre que casi parecía agosto. Aparcamos en el parking de urgencias del Hospital de Torrejón hacia las once de la mañana. Mi look, dominguero total: mallas piratas, camiseta ancha y deportivas. Solo quería que no me hicieran volverme a casa y plantarme el camisón del hospital. 

Pero realmente Pajarin empezó a manifestar que quería salir unos días antes. De 39+4, a las doce de la noche, empecé a sentir cierto dolor en las lumbares que se iba extendiendo hacia la zona baja del abdomen; más o menos como un dolor de regla, aunque intermitente. Conseguí quedarme dormida y por la mañana el dolor había desaparecido. A las doce de la noche del día siguiente comenzó de nuevo el ritual, pero esta vez el dolor era más intenso. Apenas dormí. De nuevo por la mañana desapareció.

Me parecía un auténtico cachondeo, así no avanzábamos. Repasé los apuntes de las clases de preparación al parto: "las mujeres primíparas pueden estar varios días con contracciones hasta que tiene lugar el parto. Se trata del proceso de borrado del cuello del útero". ¡Qué suerte la mía! ¡Ya llevaba dos! El tercer día Papá Oso salió antes de trabajar porque le llamé agobiada y desesperada. No quería que llegaran las doce y se repitiera lo mismo (parecía Cenicienta). Pero se repitió, y esta vez con contracciones de las de verdad. Ya no podía estar tumbada. Me sentaba en la pelota de pilates, me ponía de pie apoyada en la pared... La noche en vela esperando que aquello evolucionara y por fin nos fuéramos al hospital. Pero, ¿sabes lo que pasó? Que salió el sol ¡y se pararon! Era desesperante y agotador. De hecho decidimos ir a urgencias para que me miraran y me dijeran que estaba pasando, a ver si estaba dilatada sin yo enterarme (¡ay! ilusa de mi). Me pusieron monitores y ahí no se movía nada. "Venga Pajarin, no me falles ahora. Haz lo que haces por las noches!". Ni una contracción, a casa.

Menos mal que guardaba un as en la manga: "la paella del parto". Así ha pasado a llamarse la paella de mi padre que hace parir a las mujeres desesperadas. Mi más mejor amiga la comió un día antes de que la citaran para que la indujeran, y yo la comí el sábado. Esa misma noche se repitió el ritual, pero esta vez era distinto, era mi fecha prevista de parto, y yo soy muy puntual, así que ya me tocaba. Conseguí dormir las primeras horas, aunque a las tres de la mañana el dolor no era soportable tumbada, De nuevo a la pelota, cerrando los ojos entre contracciones. Y así fueron pasando las horas, y las contracciones cada vez duraban más y se repetían cada menos tiempo. Pero no me terminaba de fiar, que luego aquello se paraba y otra vez a empezar.

He de decir que Papá Oso durmió a pierna suelta estas noches. Eso sí, alguna vez se despertaba y me preguntaba:
"¿Necesitas algo?"
"¡Qué salga ya!"
"Ya lo sé cariño, tranquila"
Media vuelta y a roncar

Me descargué una estupenda aplicación para ir controlando las contracciones (Contractions), y de hecho no la he borrado porque me hace ilusión mirarla de vez en cuando. Eso que hicieron mis padres de ir apuntando él las contracciones cuando mi madre le avisaba, ya no se lleva. Además me habría tocado darle unos cuantos codazos a Papá Oso y lo que necesitaba era concentrarme y relajarme.

Días antes me preparé una lista de reproducción en Spotify y me compré la versión premium para poder reproducirla sin conexión en el paritorio. Me puse los cascos y seguí respirando, a mi manera. De nada me sirvieron las respiraciones explicadas en las clases. ¡Madre mía! Si para acordarme de eso necesitaba una chuleta... Así que, yo simplemente, cuando llegaba la contracción, respiraba profundamente. Cogía aire por la nariz y lo soltaba despacito por la boca.

A las siete de la mañana las contracciones ya eran cada 7 minutos, ¡Qué sí, qué sí! ¡Qué parecía que iba en serio!

Por fin a las 10 de la mañana, y tras dos horas con contracciones cada 5 minutos (más o menos), me duché, terminamos de preparar las cosas y nos fuimos al hospital.

Tardamos en llegar una media hora, y el trayecto se me hizo eterno. ¡Se me estaban parando, otra vez cada 7 minutos! No me lo podía creer... Esperamos hasta que nos llamaron. Enseguida nos recogió un celador y nos llevó al área de ginecología donde me pusieron monitores. "Por favor Pajarin no me falles, que no puedo más". Papá Oso tan tranquilo me decía que si nos mandaban a casa no pasaba nada, que ya llegaría el momento. "¡¡¿Cóooomo?!! ¡Como no me dejen aquí, me voy al privado y que me lo saquen!" (Obviamente jamás habría hecho eso, pero la desesperación, el cansancio y la tranquilidad de mi querido esposo me estaban trastornando).
"Uy, las tienes un poco irregulares, y cada 6-8 minutos"
(Noooooooo!!!!)
"Pasa, que te voy a explorar a ver como vas"
(Bieeeeeeeeeeeeeeen!!)
"Estas de cuatro centímetros, te quedas"
(¡¡¡¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!!!!!!! Casi la abrazo, la beso y me pongo a llorar de la emoción)

Nos llevó hasta la zona de paritorios. En el plan de parto que envié al hospital, pedí dar a luz en bañera, y dio la casualidad que estaba libre, así que me tocaba. El paritorio era enorme, con un baño con ducha, la bañera (que parecía un jacuzzi), cama articulada, equipo de música, cuna térmica para el bebé, barra libre de compresas, bragas desechables, toallas y camisones, sillón reclinable y una silla, además de todo el instrumental para el parto en caso de que fuera necesario.




Al momento entró la que iba a ser mi matrona, así como la auxiliar. Se presentaron, me preguntaron un par de detalles y me volvieron a explorar. Les pedí la pelota de pilates y que me calentaran el saco de semillas, con el que por cierto había sobrevivido las tres noches anteriores.

Eran las 13h del 4 de octubre. Las contracciones empezaban a ser algo más fuertes, y sentada en la pelota y agarrada al estribo de la cama aguantaba respirando profundamente. Enseguida me noté muy mojada. Llamé a la matrona porque el color era marroncito, y pensaba que seguían siendo restos de tapón mucoso.

Malas noticias, había roto bolsa y ese color se debía a que Pajarin se había hecho caca (¡qué cochino el tío!). Me asusté un poco, porque había oído que en esos casos había que sacarle rápido, pero nada de eso. Me explicó que no podía dar a luz en bañera porque ya no se consideraba un parto de bajo riesgo, y me tenían que colocar unos monitores inalámbricos para tener controlados los latidos del bebé. Eso fue lo más incómodo, porque cada vez que me sentaba y levantaba, se movía y se perdía la señal.

Me di una ducha aprovechando el agua caliente para relajar las lumbares y cada dos por tres me cambiaba de bragas y compresa porque aquello era una fuente. Eso era positivo, porque una vez vacía la bolsa, Pajarín bajaría más y se encajaría para empezar a empujar.

Por petición propia nos cambiaron de paritorio. Me parecía absurdo estar ocupando el único con bañera cuando realmente no la iba a utilizar e igual llegaba alguna mamá que si podía aprovecharla. El segundo era más pequeño, pero más luminoso y calentito, y a excepción de la bañera, tenía lo mismo que el otro.

Papá Oso me acompañó en todo momento. Sentado en el sillón reclinable se comía sus frutos secos, miraba el móvil, cantaba, me daba conversación. Su papel era un poco más aburrido, aunque hay que decir que mucho más cómodo.

Eran las 16h, y la matrona volvió para explorarme... [continuará]

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