lunes, 16 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (IV)

El tiempo en paritorio se me hizo eterno. Las contracciones eran cada vez más frecuentes e intensas y vivirlas tumbada me estaba sobrepasando.

La comprobación del PH de Polluelo fue interminable, y dolorosa.
"¿Falta mucho?" pregunté a la ginecóloga desesperada.
"Es que a veces cuesta un poco".
"¿Pero esto es realmente necesario?" preguntó Papá Oso.
"Sí, hay que comprobar que el bebé está bien", respondió la ginecóloga.

Esta prueba consiste en tomar una muestra de sangre de la cabecita del bebé (una gota) para comprobar el oxígeno en sangre cuando hay dudas de su bienestar. Se supone que no le duele, pero a mí si me dolió.

Recuerdo que en una de las dos sesiones de preparación al parto a la que asistimos en el centro de salud, la matrona se dedicó a enseñarnos el instrumental e íbamos pasándonoslo de uno a otro para verlo y tocarlo. Yo no quería mirarlo ni de lejos.
"Tú si van a usar algo de eso dices que no", le dije a Papá Oso. ¡Ay amiga! Por hablar...

Esperamos el resultado en el propio paritorio, que tardó menos que lo que duró la prueba en sí. Estaba perfecto. 

En ese momento me vino una contracción muy fuerte en la que noté como Polluelo descendía. La ginecóloga me exploró (otra vez), y me dijo que estaba de 8 cm, que si tenía ganas de empujar lo hiciera (supongo que para ayudar a que descendiera Polluelo).

Se plantearon si volvíamos a la sala de dilatación o nos quedábamos en paritorio para el expulsivo. Menos mal que mi matrona dijo que mejor volvíamos, porque no aguantaba más en esa posición. Cada vez que sentía que se acercaba una contracción trataba de respirar profundamente para sobrellevarla, pero el dolor era demasiado intenso.

Volvimos a la sala de dilatación y la matrona me recomendó subirme a la cama y colocarme de rodillas, agarrándome a la cabecera de la cama, que había reclinado a 90 grados.

Con cada contracción sentía como Polluelo descendía, pero aquello parecía no tener fin. Con Pajarin este tipo de contracciones tan intensas fueron muy pocas, enseguida llegué a dilatación completa y pasamos al expulsivo. Esta vez eran más intensas y se sucedían sin descanso.
"¡No puedo más!"
"Venga, que lo estás haciendo muy bien.", me animaba Papá Oso, que seguía con su trabajo de colocarme la bolsa de agua en las lumbares.

La matrona se quedó con nosotros. Parecía que el final estaba cerca, y esto era lo que me animaba a no dejarme vencer por el cansancio y el dolor. 

Con cada contracción gritaba con todas mis fuerzas, dirigiendo la fuerza a ayudar a Polluelo a descender. Utilizar la garganta y la voz es algo que mi amiga matrona nos enseñó en la preparación al parto. Sin embargo, la matrona que nos atendía me dijo que empujara con todas mis fuerzas, como si quisiera hacer caca (que por cierto, me hice. Una realidad de los partos que no se suele contar y que yo no había vivido en el primero) y en apnea, es decir, conteniendo la respiración. A mi todo esto me sonó fatal, pero tenía tantas ganas de acabar que pensé "Ella sabrá lo que es mejor" y la hice caso.

Me sugirió que me tumbara de lado en la cama agarrándome a un estribo que tenía mientras Papá Oso me sujetaba una pierna. Según ella era una postura que iba muy bien para el expulsivo. También me dijo de probar otra postura tumbada en la cama con las dos piernas arriba flexionadas. Yo probaba, pero aquello no me convencía. Me sonaban a posturas para un expulsivo con epidural cuando no tienes movilidad. 
"¿Y si me pongo en cuclillas? Así por efecto de la gravedad puede ir más rápido, ¿no?"
No parecía convencerle, y me decía que en las posiciones tumbada estaba yendo muy bien, que Polluelo avanzaba y que además "tenía que salir ya".
Las ginecólogas estaban fuera, alerta, comprobando monitores, ya que las pulsaciones parecían descender tras cada contracción.

"Madre mía", pensé, "solo me faltan unos fórceps o una ventosa para completar el periplo".
Así que empujé con todas mis fuerzas en cada contracción, deseando que saliera, que aquello acabara cuánto antes.
La matrona de nuevo me exploró y al parecer quedaba un reborde del cuello por borrar, así que en las contracciones colocaba su mano dentro, entiendo que para apartar "el obstáculo" del camino de Polluelo. De nuevo, muy agradable todo.

Por fin, en uno de los empujones la cabecita asomó. La matrona me invitó a que la tocara.
El aro de fuego fue mortal. La cabecita de Polluelo asomó pero no salió del todo, y tuve que esperar a la siguiente contracción para que al empujar con todas mis fuerzas, Polluelo por fin decidiera abandonar el que había sido su hogar hasta entonces.

Me lo pusieron encima. Papá Oso lloraba y yo sentí vivir un dejavú. Era Pajarin 2, idénticos, aunque este pobre lleno de sangre. Por fin estaba aquí, ¡qué felicidad! Lo habíamos conseguido. Eran las 12:32h.




Pero aquí no acabó todo. Mi matrona parecía tener mucha prisa, y pese a que me pusieron oxitocina (otra dosis distinta) para la expulsión de la placenta (es algo que también hacen por protocolo en todos los partos), todavía no tenía contracciones. Ella me decía que empujara pese a que yo no sentía ningunas ganas; ni siquiera Polluelo se había enganchado todavía al pecho, ya que quería darle su tiempo para un primer agarre espontáneo.

Empujé como pude mientras ella iba tirando del cordón. Noté como salía, aunque no completamente. Se puso a girarla, vuelta pa'ca, vuelta pa'llá. Al parecer tenía la vejiga llena y eso no ayudaba a la salida de la placenta. Me dijo de ponerme una sonda o bien que tratara de hacer pis por mí misma. Imposible, no me salía, así que me tocó sonda, lo cual pese al dolor (aunque nada comparado con las contracciones) no sirvió para nada, ya que al parecer unas membranas de la placenta se habían quedado adheridas y no salía.
"Pero, aún es pronto, ¿no? Podemos esperar a ver si sale", le dije, ya que tenía entendido que se esperaba hasta media hora.
"Es que está enganchada. Voy a llamar a la ginecóloga".
Allá que vino y me metió la mano hasta la garganta para "desenganchar" la placenta, y repitió para extraer también unos coágulos. Menos mal que tener a Polluelo encima me producía un placer infinito que compensaba algo tanta intervención.

Después de esto me cosieron, 3 puntos igual que con Pajarin, lo cual después de la odisea no estaba nada mal. Me limpiaron y por fin, parecía que todo había terminado. 

Les entró de nuevo la prisa porque al parecer estaban a tope y ya llevábamos casi una hora y media de piel con piel, "cuando la OMS recomienda 50 minutos". Me quedé alucinada con la frase de la auxiliar de enfermería. Ya podían llevar tan a rajatabla todo los que dice la OMS respecto a determinadas intervenciones en el parto.

Papá Oso llevó a Pajarin a que le pesaran y le tomaran la huella del piececito. Le oí llorar. No entiendo esa necesidad de separar al bebé de su madre en esos momentos, aunque sean tan solo unos minutos... Le trajo vestido con un pijama de franela del hospital, el cual le quité en cuanto subimos a planta. ¿Quién necesita pijamas estando piel con piel?

Una vez en planta, mi ánimo era otro totalmente distinto. Había superado una prueba que consideré imposible a lo largo del proceso. De hecho, por unos segundos llegué a desear que fuera cesárea, que me anestesiaran y acabara ese dolor, que Polluelo naciera ya.

Ambos estábamos perfectamente, pese a todo.




"Después de este parto se me han quitado las ganas de tener más", le dije a Papá Oso. "Aunque lo malo es que con el tiempo se me olvidará".

En el mes de julio en mi agenda aparece esta frase de Emerson: 
"Haz siempre lo que tengas miedo de hacer"

Tenía miedo a una rotura de bolsa, a una inducción, a la prueba del PH, a las intervenciones durante el parto... Y por desgracia me tocó, nos tocó vivir todo esto. Digo por desgracia porque no considero que haya sido la forma en que Polluelo eligió nacer. Él no estaba preparado, no era su momento, y tal vez con un protocolo diferente las cosas hubieran transcurrido de otra forma, pero eso nunca lo sabremos...

He de reconocer, que pese a todo, me sentí informada y respetada durante todo el proceso, pese a que no era el parto ni el nacimiento que quería, pese a que mi plan de parto no tuvo apenas protagonismo, pese a que el cansancio y el miedo no fueron mis aliados. 

La llegada de Polluelo al mundo fue muy intensa, oscura en algunos momentos, pero todo se iluminó con su llegada, y sé que me seguirá enseñando a no crearme expectativas, a dejarme fluir y aceptar lo que vaya viniendo.

¡Bienvenido!

(Si has llegado hasta aquí, gracias por acompañarme en este relato de parto, taran largo y tan intenso)

1 comentario:

  1. Bonita!no hemos tenido tiempo aún de que me contases todo con detalles pero te leo ahora!
    eres maravillosa!solo aguantar eso es de una fortaleza increíble!cuanto ha venido a enseñarte el pequeño Oliver....
    esperamos veros pronto a los 4
    besos
    Nerea,Ricki,Martín y Leo

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