sábado, 14 de julio de 2018

La llegada de Polluelo al mundo (III)

"Una de cada tres inducciones acaba en cesárea". 
Esto no es algo que diga yo, son estadísticas. Y me vino a la cabeza cuando me hablaron de ponerme oxitocina. 

¿Y si después de lo que habíamos pasado, de que Polluelo se diera la vuelta, acababa siendo cesárea?

Además, sabía que las intervenciones en el parto pueden acabar convirtiéndose en una cascada, siendo el bebé el que sufre y acabando en un parto instrumental, o de nuevo, en cesárea.

Estos pensamientos rondaban mi cabeza desde que rompí la bolsa, pero me inundaron cuando la matrona me habló de la oxitocina. Yo quería un parto natural, no quería interferencias, pero Polluelo no parecía estar preparado para salir y ya no había marcha atrás.

"Lo que quiero es irme a casa", le dije a Papá Oso. Él me abrazaba y trataba de aportarme la calma que me faltaba.

La matrona, que todo sea dicho, era todo dulzura y comprensión, me dijo que íbamos a esperar un poco, que tal vez deberíamos haber tratado de negociar en planta para que nos dejaran unas horas más allí, que iba a hablar con el ginecólogo que me había dicho lo de la prostaglandina al llegar y que tal vez lo que podía funcionar era romper "el polo" de la bolsa, ya que podía haberse roto por arriba y que Polluelo estuviera apoyado sobre una parte de la bolsa con líquido y que las contracciones no fueran todo lo efectivas que deberían al no apoyar la cabeza completamente. Accedí, pese a que también era una interferencia, lo prefería a que me pusieran oxitocina.

Estaba de 4-5 cm y "cuello blando".

Me consiguieron poner la vía a la tercera (en la foto la herida de guerra del segundo intento más de una semana después), algo que por cierto hacen por protocolo incluso en partos de bajo riesgo pese a que está desaconsejado por la OMS, y la matrona, con ayuda de una auxiliar de enfermería, trataron de romper "el polo de la bolsa". Digo intentaron porque no tenían claro si lo habían conseguido. Fue desagradable, molesto, pero esperaba que funcionara.




Me senté en la pelota y pusimos música esperando a que Polluelo se animara.

Unos minutos después (no sé cuantos, a mi me pareció un suspiro), la matrona y el ginecólogo que me había visto al llegar, entraron en la sala de dilatación. Según él, no me había dicho lo de ponerme la prostaglandina a las 12 horas (Papá Oso y yo estamos seguros de lo que escuchamos), y que ya a las alturas que estábamos, había que poner oxitocina, que no le tuviera tanto miedo, que era algo que podía ayudar a que se desencadenara el parto, y que si había "aguantado" un primer parto natural, seguro que iba a llevarlo muy bien. La matrona le respaldaba y me animaba a intentarlo, ya que la dosis por la que se empezaba era muy bajita y seguro que aquello avanzaba rápido. También me dijo que obviamente, si yo no quería ponerme oxitocina, nadie me iba a obligar, pero que los ginecólogos tendrían que estar pendientes porque había riesgo de infección.

Les transmití mis miedos, les dije que no quería ponerme epidural y que no sabía si iba a aguantar, que no quería que mi bebé sufriera ni que acabara en cesárea. Me tranquilizaron y acepté. Psicológicamente necesitaba también que aquello se pusiera en marcha, Me sentía acorralada por el protocolo del hospital, habían pasado más de 24 horas desde la rotura de bolsa (aunque ellos creían que eran 12) y aquello no se ponía en marcha, y ya "no podía escapar". Confiaba en que con "un empujoncito" en unas horas podría tener a mi bebé en brazos.

Aproximadamente a las 6:30 de la mañana del día 5 comenzó nuestra inducción. Las contracciones fueron llegando. Se sucedían cada 7-8 minutos, y a los 20 minutos venía la matrona a subir un poco la dosis que me suministraban a través de la vía. "Vas bien, pero hay que ir subiendo hasta que sean cada 3 minutos más o menos para que la dilatación sea efectiva".

Nos tocó el cambio de turno y la matrona se despidió de nosotros. Vino a presentarse la que nos iba a acompañar, y aunque reconozco que me sentí informada y respetada durante todo el parto, creo que con la primera matrona que nos había atendido, algunas cosas habrían sido diferentes.

Me hizo otro tacto. He de decir que no sé cuántos me hicieron. Lo normal en este hospital es que se hagan cada 2 horas (la OMS recomienda cada 4 horas), pero a mi por como se desencadenó el parto, me hicieron más de los que en principio correspondían. 

Tras más de dos horas con la oxitocina, aquello apenas había avanzado. Seguía de 4-5cm y según esta matrona el cuello no estaba del todo borrado (¿por qué no me habían puesto la prostaglandina entonces?).

Me agobié bastante. Las contracciones empezaban a ser bastante intensas, me sentía agotada y aquello no funcionaba. 

Papá Oso trabajó durante todo el parto junto a mí. Cuando venía la contracción me colocaba la bolsa de agua caliente en las lumbares haciendo presión, mientras yo me aferraba a la cama sentada en la pelota, y trataba de respirar profundamente, imaginando una ola que me cubría por completo, y que se alejaba cuando finalizaba la contracción.

Probé a ponerme a de pie, ya que gran parte del parto de Pajarin lo viví en esa postura, pero era imposible,  las piernas no me sostenían. El cansancio no me estaba ayudando nada y la sensación de que "no iba a poder" tampoco.

"Me voy a tener que poner la epidural", le dije a Papá Oso en varias ocasiones. Las contracciones eran muy muy duras y me seguían subiendo la dosis de oxitocina.

Tal vez te preguntas por qué no me puse la epidural, si un 90% de las mujeres se la ponen y "no pasa nada". 

Por miedo. Miedo a que las contracciones se pararan, el parto se alargara y Polluelo sufriera. Miedo al hecho de ponérmela en sí. Miedo a no sentir el parto, las contracciones, el expulsivo. Miedo a los efectos secundarios para mí y para mi bebé (que los tiene).

Decidí colocarme en el suelo a cuatro patas apoyándome sobre la pelota, a ver si así la cabeza se encajaba y la dilatación avanzaba más rápido. La contracción fue muy intensa, muy dolorosa, y Papá Oso exclamó "¡Estás sangrando!"

Avisamos a la matrona, que en principio no se preocupó mucho pero llamó a la ginecóloga, que vino y no le dio importancia, ya que el registro de Polluelo y de las contracciones estaba bien. 

En cada contracción sangraba, y en una de ellas expulsé un coágulo bastante grande. Eran contracciones de las que yo llamo "dobles", en las que se nota como el bebé empuja y que se supone que ya dan paso al expulsivo. De nuevo avisamos y la ginecóloga me exploró (otro tacto) tumbada en la cama, lo que hacía que las contracciones fueran mucho más insoportables.

"Hay que valorar el PH del bebé. Nos vamos a paritorio"

Al parecer a Polluelo se le bajaban las pulsaciones después de las últimas contracciones y el registro ya no era fiable. Había que tomar una muestra (una gota) de sangre de su cabecita, para comprobar que tenía suficiente oxígeno.

Miedo. Dolor. 
Había perdido la noción del tiempo.
Me tuve que tumbar en la cama para que me trasladaran a paritorio. Las contracciones tumbada eran insoportables. Papá Oso me daba la mano y yo se la apretaba con todas mis fuerzas.

(continuará...)

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