martes, 5 de junio de 2018

La sombra de la cesárea

Hace ya varias semanas que una sombra me acecha.
Los primeros días era oscura, enorme, como una nube de tormenta que me seguía allí dónde iba, sin descanso.
Poco a poco, la nube se ha ido haciendo más pequeña, y aunque sigue siendo oscura y anunciando tormenta, he conseguido aceptar su compañía, aunque hay momentos que me asusta y se hace dueña de mi mente.

Polluelo tras la eco de la semana 32 en la que estaba colocado en cefálica (cabeza abajo), decidió girarse, y creo que en las siguientes tres semanas fue alternando posiciones, o eso era lo que yo sentía. De hecho, me asusté bastante una mañana en la que noté que me mareaba, que apenas podía respirar y que  tenía ganas de vomitar. Algo había cambiado, notaba la cabeza de Polluelo arriba y no era nada confortable. Además, si esa situación no cambiaba, podíamos estar “condenados” a cesárea.

Y sí, sé que la cesárea cuando realmente es necesaria, salva vidas, tanto de la madre como del bebé, pero eso no significa que no de miedo (pánico más bien).

Al miedo a lo desconocido se unían el miedo al dolor, a que algo no fuera bien (el riesgo de muerte materna se multiplica por siete en relación al parto vaginal), a la recuperación teniendo otro hijo, a los días de ingreso en el hospital, a las posibles complicaciones con la lactancia (que ya tengo de por sí), a las repercusiones que tiene tanto para madre como para bebé, etc.

En este embarazo y parto/nacimiento de mi segundo hijo, cuento con mucha más información que en el de Pajarin. Y eso, para algunas cosas está bien, pero para otras no tanto.

He escuchado varias veces aquello de “Bueno, al final lo importante es que los dos estéis bien”. Y bueno, sí y no. Por supuesto ese es el objetivo final, pero el camino también es importante. No vale todo y de cualquier forma. Tanto para el bebé que llega como para la madre que da a luz, ese momento es crucial en sus vidas y ser consciente de ello, hace que lo de resignarme no vaya conmigo.

Además, algo que ha influido en mis miedos, es el protocolo que siguen en mi hospital de referencia (Virgen del Camino-Pamplona) cuando se trata de cesárea. Da igual que sea programada o de urgencia, que la forma que tienen de “trabajar” es la misma. La madre está sola en el quirófano con los brazos atados, y una vez que nace el bebé se lo enseñan y se lo llevan a que le revise el pediatra, para que después, si todo está bien, haga piel con piel con el padre. La madre permanece en la sala de reanimación un mínimo de 1h-2h sin su bebé, sola, sin poder iniciar la lactancia ni tener ese contacto continuo tan importante durante esas primeras dos horas.

Tal vez te parece normal, porque en muchos hospitales se sigue haciendo así, pero lo siento, a mi me parece del siglo pasado, y cruel para madre y bebé. De hecho, es algo que me sorprende enormemente en una Comunidad como la de Navarra, que tanta fama tiene en el resto de la península respecto a la calidad y avance de su sistema sanitario.

El parto de Pajarin fue maravilloso, tanto por la atención como por cómo fue transcurriendo todo. Y tener esa experiencia previa ha hecho que tuviera unas expectativas creadas respecto al nacimiento de Polluelo. Mal por mi parte. Si algo estoy aprendiendo en este embarazo es a eliminar expectativas. Cuando no depende de mí, ni puedo controlarlo, pueden convertirse en una verdadera frustración.

En estas semanas he tenido que aceptar, dejarme fluir, confiar y acoger.
Aceptar que mi hijo, tal vez no quiera nacer como a mi me gustaría, pese a que creo firmemente que es lo mejor para los dos.
Dejarme fluir y vivir cada día con lo que vaya viniendo, sin centrarme en el final sino en el hoy.
Confiar en que en la vida todo pasa por algo y por lo tanto, lo que estoy viviendo en este embarazo tiene su por qué. Confiar además en mi cuerpo y en el de mi bebé, ciegamente.
Acoger a mi hijo y sus circunstancias y posiciones. No pretender que sea y se comporte como yo deseo, sino como es él.




Todo lo anterior no quiere decir que no haya hecho nada al respecto. No soy de resignarme y pensar que lo tenga que ser será sin realizar ningún intento de cambio. Así que estoy probando todo aquello que está en mi mano. Al principio lo vivía con ansiedad, pero a día de hoy he conseguido llevarlo con tranquilidad e incluso con humor.


Y lo sé, no depende sólo de mí, y puede que Polluelo esté “flipando” con su madre y a lo que se dedica últimamente, pero oye, si “suena la flauta”, eso que ganamos.

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