Tal vez el nombre de este post suene un poco a "cutre-película" de terror, pero es algo que llevaba tiempo queriendo sacar, y que de hecho me recomendó la psicóloga para sanar y ayudar a otras mujeres que pudieran leerme y sentirse identificadas.
"Menuda exagerada", pienses tal vez al leerme, pero las vivencias de cada una son únicas e incomparables, y el momento del nacimiento de un hijo es uno de los momentos más importantes, empoderantes y a la vez vulnerables de una mujer.
Si no has leído mi relato del nacimiento Polluelo (Parte I, Parte II, Parte III, Parte IV), te invito a hacerlo para entender mejor lo que voy a contarte, y también porque no voy a eternizarme relatando todo de nuevo...
Mi segundo parto no fue para nada como había esperado, si pienso en aquel día además del dolor, lo que viene a mi mente es rabia, engaño, frustración, ...
Al explorarme y ver que había roto bolsa, el ginecólogo me planteó dos opciones: la que él me recomendaba, que era ponerme ya la prostaglandina; o bien, esperar en planta doce horas a ver si me ponía de parto sola y sino, ponerme entonces la prostaglandina para que el parto evolucionase.
Obviamente, yo, que quería que mi parto fuese lo más natural posible, elegí la segunda. Estaba convencida de que dándome tiempo y paseando, se iniciarían las contracciones.
El problema es que el parto tenía que iniciarse en el hospital, a principios de julio, con unas habitaciones compartidas a casi 40 grados, pasillos con luces fluorescentes y un mini espacio para ponerme en la pelota.
Si pensamos en la mujer como animal mamífero, estas no son para nada las condiciones idóneas para que se desencadene el parto, salvo que estés a tope de oxitocina y seas capaz de abstraerte totalmente del lugar y la situación.
No era mi caso. Llevaba desde las seis de la mañana despierta y desde que ingresé en planta tenía un margen de unas 9 horas para ponerme de parto de forma natural.
No sé los kilómetros que caminé por los pasillos del hospital, pero era tal el agotamiento que necesité acostarme a descansar. Las contracciones no terminaban de llegar y aún me quedaba un parto por delante, así que necesitaba reunir algo de fuerzas.
La verdad es que apenas descansé.
A las 5 a.m. vino un enfermera para bajarme a paritorio para la inducción.
"¡¿Perdón?! Si me iban a poner la prostaglandina".
"No sé, es lo que me han dicho".
Tenía que ser un error. Igual es que me ponían la prostaglandina en paritorio por si me ponía de parto. No había otra explicación.
Al llegar a paritorio la matrona nos dijo que me iban a empezar a poner oxitocina poco a poco, que ya llevaba muchas horas con la bolsa rota (según el protocolo de su hospital, claro).
Papá Oso y yo nos quedamos helados. No podía ser, eso no era lo que nos había dicho el ginecólogo, los dos habíamos escuchado lo mismo.
Pues el ginecólogo se plantó en el paritorio y nos aseguró convencidísimo de que él no nos había dicho eso.
Y allí estaba, atrapada en el paritorio, porque aunque no estuviera de acuerdo, no podía salir de allí y tenía que acatar lo que me dijeran.
Sí, podría haberme negado en rotundo y haber luchado contra el criterio de matronas y ginecólogos, pero no tenía fuerzas para ello, y muy probablemente habrían alegado a la salud de mi hijo.
Y allí me vi, en manos de unos profesionales, que aunque en todo momento sentí que me trataban con respeto, no me inspiraban confianza...
Mi bloqueo por estar entrando de lleno en una inducción, y esa sensación de que me habían engañado y me estaba sumergiendo en un parto intervenido, no me ayudaron nada.
No quería estar allí, así no, pero no tenía otra opción.
Tras horas de dolor, preocupación por mi sangrado y en algún momento por el buen estado de Polluelo, llegó por fin el expulsivo, también largo y doloroso, junto a una matrona, que aunque me informaba y apoyaba en el proceso, sentía que no estaba preparada/acostumbrada a partos sin epidural, y que las posiciones que me sugería no favorecían la salida de Polluelo. (Esto lo he comentado con amigas matronas, que efectivamente me han confirmado mi pensamiento - es un tema simple de gravedad).
Siento que me robaron mi parto, que las cosas podrían (o no) haber sido muy diferentes si el protocolo y el personal que me atendió hubiera sido otro.
Y me vi atrapada en un hospital que no quería, en un protocolo que no entendía; y me sentí engañada y desconfiada.
Porque cuando sabes que los partos pueden atenderse de otra forma, cuando además lo has vivido anteriormente, no todo vale; y el no sentirme dueña de uno de los momentos más importantes de mi vida, y de la vida de mi hijo, me hizo y me hace sentir rabia, frustración, tristeza y culpa, que dejo aquí hoy.
Las descargo de mi mochila y las guardo en este blog, porque ya no las necesito, y tal vez, a ti, te viene bien leer algo así.
Y allí me vi, en manos de unos profesionales, que aunque en todo momento sentí que me trataban con respeto, no me inspiraban confianza...
Mi bloqueo por estar entrando de lleno en una inducción, y esa sensación de que me habían engañado y me estaba sumergiendo en un parto intervenido, no me ayudaron nada.
No quería estar allí, así no, pero no tenía otra opción.
Tras horas de dolor, preocupación por mi sangrado y en algún momento por el buen estado de Polluelo, llegó por fin el expulsivo, también largo y doloroso, junto a una matrona, que aunque me informaba y apoyaba en el proceso, sentía que no estaba preparada/acostumbrada a partos sin epidural, y que las posiciones que me sugería no favorecían la salida de Polluelo. (Esto lo he comentado con amigas matronas, que efectivamente me han confirmado mi pensamiento - es un tema simple de gravedad).
Siento que me robaron mi parto, que las cosas podrían (o no) haber sido muy diferentes si el protocolo y el personal que me atendió hubiera sido otro.
Y me vi atrapada en un hospital que no quería, en un protocolo que no entendía; y me sentí engañada y desconfiada.
Porque cuando sabes que los partos pueden atenderse de otra forma, cuando además lo has vivido anteriormente, no todo vale; y el no sentirme dueña de uno de los momentos más importantes de mi vida, y de la vida de mi hijo, me hizo y me hace sentir rabia, frustración, tristeza y culpa, que dejo aquí hoy.
Las descargo de mi mochila y las guardo en este blog, porque ya no las necesito, y tal vez, a ti, te viene bien leer algo así.