"Qué raro todo..." le decía a Papá Oso un par de horas antes de que nos dieran el alta tras el parto. "Llegué hace dos días con un barrigón, y ahora nos vamos a casa con un niño y una barriga flácida".
"A mí no me resulta tan raro", decía... Claro, es lo que tiene ser hombre.
Llegamos a casa, y no me parecía mi casa. Tanto tiempo preparando todo y ahora me sentía una extraña. Papá Oso y yo nos mirábamos, mirábamos a Pajarín, nos volvíamos a mirar y llorábamos. Y así varias veces. Que niño tan bonito, que bien había ido todo (porque tanto mi embarazo como mi parto fueron estupendos, pero esa es otra historia que algún día contaré). Por fin estábamos en casa los tres... Bueno, yo me habría quedado algún día más en el hospital, donde solo ves la tele, recibes visitas y te dedicas a contemplar y alimentar al recién llegado, mientras enfermeras, ginecólogos, pediatras y limpiadoras se encargan del resto.
Aunque he de decir que Papá Oso es todo un amo de casa, y si ya normalmente asume la mayoría de las odiosas tareas domésticas, durante su ridícula baja paternal me pude desentender del todo y dedicarme exclusivamente a Pajarín.
Pues no sé que pasó, que alguien abrió el grifo, y entré en un bucle de llorera continua. Algo que además con las visitas de los primeros días se hace más difícil todavía.
Lloré cuando le hicieron la prueba del talón.
Lloré al mirarle y pensar lo bonito que era, que era MI hijo y que estaba enterito y sano (esto varias veces al día).
Lloré cuando tuve que desnudarle para que la enfermera le pesara y se puso a llorar desconsolado (sí, lloré delante de la enfermera).
Lloré cuando fui a la peluquería a cortarme el flequillo y les contaba lo bien que había ido todo.
Lloré pensando que no iba a poder con esto, que igual me había equivocado y no valía para ser madre (esto también varias veces al día).
Lloré cuando fui al herbolario a comprarme vitaminas.
Lloré esperando a Papá Oso mientras hacía unas fotocopias.
Lloré dándole el pecho y sintiendo esa magia de la lactancia materna.
...y me dejo situaciones en el tintero, pero vamos, os podéis hacer una idea.
A Papá Oso ya le entraba la risa cuando me ponía a llorar, y yo, o lloraba más o me reía y lloraba a la vez. Vamos, una revolución hormonal sin igual e incontrolable.
¡Madre mía!¿Esto era ser madre? ¿No ganar para pañuelos? Alguien, con toda su buena intención, me aseguro que eso era lo que sentía toda la vida con los hijos, pero yo debo ser muy mala madre, porque en un par de semanas se me pasó.
Luego descubrí que este proceso tiene nombre: tristeza puerperal; y que es algo totalmente normal (siempre que no vaya a más).
He de decir que en mi caso me ayudó mucho el contacto con otras mamás (mejor si son recientes, porque mi madre no se acuerda de nada la pobre...). Tenía a mis amigas mamis fritas contándoles mis penas. También compartía llanto con mi imprescindible grupo de whatsapp "Mamás Octubre 2015" con el que contacté a través de un foro de bodas.net, con mis compañeras de pilates para embarazadas y con las mamás que acuden a las reuniones de La Liga de Leche.
La verdad que es un alivio saber que no eres la única, que también hay mamás que lloran cuando van a comprar el pan y que sienten que el mundo ha cambiado y solo tú te has dado cuenta.
Desde entonces prácticamente no he llorado... Solo algún día crítico que huelo a vómito y pis, que son las cuatro de la tarde y sigo en pijama y con pocas expectativas de poder ducharme...
Aunque miro a Pajarín, tan inocente y bonito, y se me pasa la tontería.