jueves, 28 de enero de 2016

Crianza feliz y consciente. Conferencias de Rosa Jové

Pese al continuo dolor de cabeza y la congestión que me tiene atrapada en una montaña de pañuelos, no quiero posponer más esta entrada. Desde que me quedé embarazada mi memoria se ha resentido bastante, y no parece que tenga mucha pinta de remontar.

El fin de semana pasado, tuvimos la gran suerte de acudir a un ciclo de conferencias de Rosa Jové. Las organizaba "Con mirada de niño" en el Hospital de Torrejón, y en ellas Rosa Jové trataba alguno de los temas más controvertidos de la crianza, que ya ha desarrollado en algunos de sus libros más famosos: "Ni rabietas ni conflictos", "La crianza feliz" y "Dormir sin lágrimas".

No puedo seguir escribiendo sin dar un GRACIAS enorme a Ángela (mi alma gemela, jiji), si no es por ella nos lo habríamos perdido.

El sábado comenzó la sesión con uno de los temas más importantes, pero que solemos pasar por alto, "Los derechos de los niños". En la conferencia de las rabietas no cabía un alfiler, en esta no llegábamos a una docena. Y es que como decía la propia Rosa, nos preocupamos más de "que no me deja dormir", o de "las broncas que monta por todo", que de conocer cuáles son sus derechos.

Damos por hecho que en un país del "primer mundo" como el nuestro, los derechos de los niños se respetan totalmente. Sorprende descubrir que no es así. 

Únicamente voy a destacar un par de puntos, los que más me llamaron la atención. En primer lugar, que el castigo físico atenta contra los derechos del niño, y con castigo físico nos referimos a cualquier medida para castigar a un niño que si se dirigiera a un adulto, constituiría una agresión ilegal. Rosa explicaba cómo usamos eufemismos para restar importancia al castigo de nuestros hijos: "Es por su bien", "A mí me duele más que a ti", "A mí también me dieron algún azote y no me ha pasado nada", etc. Seguro que a más de un@ os suena.

Me sorprendió mucho el "derecho a jugar", que además debe ser promovido por la sociedad y las autoridades públicas. Sin embargo se ve como una pérdida de tiempo, promoviendo los deberes, en lugar de preocupándonos porque el niño tenga tiempo para jugar.

La segunda conferencia fue "La crianza feliz", libro que por cierto empecé cuando nació Pajarín y que tengo a medias (necesito días de 48h). Trató temas que nos preocupan a todos los padres, y que muchas veces no sabemos cómo afrontar por falta de información. La importancia del contacto para los bebés menores de seis meses, así como la alimentación a demanda; la angustia de separación, el control de esfínteres, la introducción de alimentación complementaria y la evolución del sueño en bebés mayores de seis meses y la comprensión en niños a partir de dos años. No puedo desarrollar mucho más sin extenderme demasiado, por lo que sí te interesa el tema lo mejor es que leas el libro, es muy interesante.

El domingo necesitamos un café doble. La primera conferencia era a las once, y eso con Pajarin supone levantarse a las ocho y media con sus correspondientes despertares nocturnos. La sala estaba llena y no quedaba ni una plaza para la conferencia; tocaba hablar de rabietas. En primer lugar explicó una serie de puntos muy interesantes como que no siempre es culpa de ellos (censuramos en un niño lo que valoramos en un adulto), los modelos del niño (las relaciones de los padres y las relaciones con los padres; los maestros y tutores, la tolerancia de la violencia, etc).

Dividió los conflictos y rabietas en dos grupos: de 0 a 2 años y de 3 a 6 años basando esta clasificación en el lenguaje del niño, teniendo además muy en cuenta la teoría de la mente: Un niño menor de cuatro años (aproximadamente) no puede teorizar, no sabe cómo piensan ni como van a reaccionar los demás, por tanto ni nos "chulea", ni "nos toma el pelo". Explicó cómo actuar en determinadas situaciones conflictivas para evitar que se nos escapen de las manos. La verdad es que la teoría es estupenda, y nosotros aún no hemos tenido que ponerla en práctica. Supone esfuerzo, concienciación y mucha paciencia por parte de los padres (de esto último yo voy un poquito escasa), pero estoy convencida de que con el tiempo merece la pena. Estamos educando a los adultos del mañana, y nuestro arma para cambiar el mundo es nuestra forma de crianza. Un "cachete" o un grito es mucho más rápido, pero el resultado final nunca será el mismo. Otro libro que os recomiendo totalmente: "Ni rabietas ni conflictos".

Por último la conferencia "Dormir sin lágrimas" (este libro también lo tengo a medias). Pese al sopor después de comer, la charla fue muy amena. Quiero citar los tres puntos con los que inició la sesión porque me parecen la base de este tema.
-Falta de sincronía entre horarios del niño y de los padres (ellos, los niños, no tienen la culpa)
-Hacer de lo normal un problema (todos tenemos despertares nocturnos, pero los niños tienen que aprender a gestionarlos)
-Información errónea (hay tanta información errónea... Empezando muchas veces desde los propios pediatras, además de los consejos de familia, vecinas, etc.)
A partir de ahí fue desarrollando la evolución del sueño según la edad del niño y como ayudarle a que irse a dormir no se convierta en un problema.

Fue un fin de semana muy intenso, de aprendizaje, de corroborar que no lo estamos haciendo tan mal, que otro tipo de crianza es posible y que cada vez hay más padres que están dispuestos al cambio.

Finalizo con una frase que me encantó (no recuerdo el autor) sobre la importancia del ejemplo que damos a nuestros hijos:

"Lo que haces me grita tan fuerte, que no puedo escuchar lo que me dices"

jueves, 21 de enero de 2016

Ser madre está penalizado

Si has sido madre recientemente y trabajabas antes de dar a luz, es muy probable que te sientas identificada con lo que voy a contar en este post.
Hoy hace justo seis meses que dejé de ir a trabajar. Me dieron la baja en la semana 29 y todavía no he tenido que incorporarme. Si no tuviéramos en cuenta la lactancia acumulada ni las vacaciones pendientes de 2015, mis 16 semanas de baja maternal finalizarían este domingo, y por lo tanto el próximo lunes me tendría que incorporar. Realmente no te das cuenta del fraude que son 16 semanas de baja hasta que tienes a tu hijo. Son sólo 16 semanas de vida, en un momento en el que evolucionan más que nunca, empiezan a ser conscientes de tu existencia y a reclamarte.

Estos días pasados, mi cabeza no paraba de dar vueltas. "Ojalá no tuviera que volver a trabajar. Ojalá el sueldo de mi marido fuera suficiente para mantenernos". Pero no lo es, y tengo que volver. Aún me queda algo más de un mes (parece mucho, pero ya han pasado casi cuatro y no me he dado ni cuenta), pero lo veía tan cerca que me daba hasta pánico. ¿Por qué nos vemos obligadas a separarnos tan pronto de nuestros bebés?

Decidí informarme, porque nadie te cuenta nada, por lo menos en mi empresa, no vaya a ser que te enteres de los derechos que tienes y los quieras ejercer. Llevo una semana esperando a que me informen sobre un permiso no retribuido de un mes que se recoge en mi convenio. Tanta espera para recibir esa información me hace suponer que no les interesa dármela (sí, soy muy mal pensada).

Con esta desazón de si tendré derecho a solicitarlo, continúo en mi búsqueda de información, y gracias a mamás futuras y recientes, descubro que la solicitud de excendencia para el cuidado de hijos  no tiene un mínimo fijado. Es decir, no había contemplado la posibilidad de solicitar excedencia porque el mínimo eran cuatro meses y no podíamos asumirlo. Al no existir ese mínimo, este problema desaparecía. Me podía pedir una excedencia de 10 días, un mes, dos,... Respiré aliviada. Este era un derecho que no me podían negar, y apretándonos el cinturón (hasta el último agujero), podría disfrutar de uno o incluso dos meses más de mi Pajarín.

Sin haber comunicado aún nada a la empresa (la decisión estaba casi tomada, pero teníamos que hacer números de verdad, por escrito), recibo una llamada de mis responsables (ambas mujeres y madres). Se trataba de comentar algunos puntos para evaluar mi evolución los últimos seis meses (sí, esos meses que he estado de baja), un absurdo, pero les obligaban a hacerlo.

Aprovechando la llamada, me preguntan qué planes tengo para este nuevo año. Para que entendáis la situación, en noviembre de 2014 me propusieron ser coordinadora de mi departamento; y hasta julio de 2015 en que me fui de baja, estuve ejerciendo de ello. Según dicen, no del todo, estaba aprendiendo. Es decir, lo hacía de gratis; sin cobrar el sueldo que correspondería a ese puesto. Este mes de enero debía llegar la anhelada subida de sueldo. "¿Te van a subir el sueldo estando de baja?", me comentaba alguna amiga. ¿Por qué no? Pensaba yo. Es lo que deberían hacer. Obviamente había contemplado la posibilidad de que no lo hicieran, o de que la subida fuera ridícula, y renunciar al puesto. Bueno, no sería necesario siquiera renunciar, mi puesto no era oficial ("estaba aprendiendo").

Volviendo con los planes laborales para 2016. Mis planes son que me toque la lotería y no volver a trabajar, que Papá Oso encuentre un trabajo mejor y pedirme una excedencia larga, montar mi propia empresa y trabajar desde casa... Pero esos son mis planes secretos. A ellas lo que les he contado es que mi idea era seguir donde lo dejé, seguir aprendiendo y cogerme reducción de jornada. "¿Qué reducción?" Mi jornada normal es partida, y estoy fuera de casa once horas; por lo que mi idea de jornada reducida es venir a casa a comer, y de paso poder turnarme con Papá Oso, que suele trabajar de tarde. Prescindimos de guarderías y terceras personas para cuidar a Pajarín, que consideramos que dentro de nuestras posibilidades es lo mejor que podemos hacer.

Pero ahí está el problema, una jornada reducida no es compatible con el puesto de coordinadora (excusas y motivos varios), voy a estar demasiado pendiente de irme a mi hora para llegar a cuidar a mi hijo, y no voy a poder ejercer ese puesto al 100%. Puesto que no es oficial y por lo tanto "no me están arrebatando". Se me ha hecho un nudo en la garganta y a punto he estado de echarme a llorar, aquí, sentada en mi sofá, en pijama y bata y recién desayunada. Pero según avanzaba la conversación, me elogiaban y me prometían contar conmigo en futuros proyectos, mi cabeza iba por libre. Ya no me iba a sentir "culpable" por pedirme una excedencia (parece que quedaba feo que me subieran el sueldo y decir que hasta dentro de tres meses no me iba a incorporar), iba a salir siempre a mi hora, no iba a tener responsabilidades más allá de mi trabajo diario, ni exigencias absurdas, ni estrés, ni reuniones constantes...

Mientras, mi mente de mujer trabajadora (la otra era la de mujer madre), mi mente de mujer licenciada, no conformista y con grandes aspiraciones; pensaba que era injusto, que de nada había servido mi trabajo todos esos meses, y que por mucho que quieran negarlo, por mucho que presuman de facilitar la conciliación, ser madre está penalizado.

Me uno al eslogan tan acertado de Malas Madres: Yo no renuncio a ver crecer a mis hijos. Renuncio a un sueldo más alto, renuncio a una posible proyección en la empresa, renuncio a hacer grandes viajes y comprar cosas caras.

La sonrisa de Pajarín, formar parte de su evolución diaria, comérmelo a besos y disfrutar de cada segundo a su lado,... Eso no tiene precio, y es a lo que no renuncio.

lunes, 18 de enero de 2016

Gracias a ti por existir

Parece que he perdido el entusiasmo inicial con el que inicié el blog, intentando publicar un par de entradas semanales. Todo lo contrario, se me acumulan los temas, pero parece que no encuentro el momento. Pajarin está cada vez más despierto y reclama más atención. Además han sido unas semanas difíciles, o más bien un mes difícil. Si me sigues en Instagram sabrás de lo que hablo. Pero volvamos a lo que me trae hoy por aquí: Él.

Papá Oso cumple hoy taitantos (31 solo, ssshhhh!), y se merece que le dedique un post. Realmente se merecía la primera entrada de este blog, pero seguro que no le importa que haya llegado un poquito más tarde.

Cuando estábamos preparando nuestra boda, mi más mejor amigo me sugirió una canción que creía que nos describía perfectamente. Es esta:


Cuando nos conocimos, ninguno de los dos vivíamos un buen momento. Relaciones rotas un tanto tormentosas en las que nos habíamos entregado más de lo recomendable, rumbo un tanto perdido y el pensamiento de que tal vez "esa persona" nunca llegaría.

Pero llegó, con su cabeza desordenada, su impuntualidad y su forma tan sencilla de ver y vivir la vida. Con su alegría desbordante, su elevado tono de voz (según él, es que en Cádiz se habla así), y su manía por la limpieza y el orden en casa.

Desde ese primer día, mi vida se llenó de aventuras y desventuras a su lado; podrían hacer una serie de infinitos capítulos; siempre habría algo que contar. 

Siempre imaginando, siempre planeando... 
"Si nos toca la lotería nos compramos un piso en Cádiz"
"Pero, ¿en Cádiz Cádiz?"
"Si en la Avenida, cerquita de la playa. Oooohhh... ¿Te imaginas? Todas las mañanitas a la playa a pasear"
"Bueno pero también un ático en Madrid. Y nos tendremos que ir de viaje a conocer mundo"
"Pero repartimos también, y le pagamos la hipoteca a mi hermano, y a mis padres, y a..."
"Pues sí que nos va a durar mucho el dinero..."

Gracias Papá Oso, porque "me devolviste la emoción, la ilusión de vivir". Y en poco más de cuatro años desde esa primera vez que nos cogimos de la mano, llegó lo más bonito de nuestras vidas. Esa personita que nos sonríe, que no sabemos si se parece más a mí o a tí, que da sentido a nuestro día a día y que ahora forma parte de nuestros sueños y planes.

¿Qué sería de mí sin tí? 
Acabaría sepultada por una montaña de ropa sin recoger.
Tendría los brazos y la espalda molida de dormir a Pajarin con sus ya casi siete kilos.
Dejaría de ver como aparece tímidamente el arcoiris en mis días más grises.
Estaría como una auténtica bola, porque me tendría que comer yo sola los postres de mi padre.
Tal vez aún no habría escuchado la primera carcajada de nuestro bebé. Yo creo que le haces gracia por la barba, porque otra cosa no sé yo... ;)
No tendría esa gran ventaja de poder ir a Cádiz "de gratis" (eso para un madrileño es un lujazo).
Seguiría hablando un castellano estándar, y no habría introducido tus "no veas pisha", "tengo buya" o "encaja la puerta" entre otros.
Llegaría puntual siempre...Ahora la excusa es el niño. Antes cuál era, ¿eh?
Habría abandonado la lactancia materna en sus inicios.
Me habría deshidratado de tanto llorar:  el embarazo, el postparto... Mis queridas hormonas haciendo de las suyas...

Gracias a ti por existir... Gracias a ti poder seguir... Y valió la pena hacerlo.

jueves, 7 de enero de 2016

Pajarin: su llegada al mundo [Segunda parte]

Este año, por primera vez, estaba deseando que se acabara la Navidad. Demasiada gente, demasiado jaleo y Pajarin demasiado pequeño. También, tengo que añadir, que no tengo que volver al trabajo después de las fiestas, y eso hace que todo sea diferente.

Así que, por fin, con Papá Oso desmontando árbol y demás adornos, y Pajarin en una de sus múltiples siestas; aprovecho para continuar con el relato de mi parto. (Este post ha sido escrito finalmente en cuatro veces, y lo he terminado con Pajarin en brazos, sino imposible)

Creo que en la primera parte olvidé mencionar que quería un parto natural, con la mínima intervención posible; de hecho por eso elegí el Hospital de Torrejón, porque es de los pocos (por no decir el único) que garantiza un parto respetado. 

La matrona que me atendió había leído previamente mi plan de parto, aunque quiso que le confirmara si efectivamente no quería ponerme epidural. Yo, siempre que alguien me preguntaba si me la iba a poner , contestaba: "En principio, no". Nunca digas nunca, y no sería la primera que reniega de la epidural y finalmente se la pone. Había leído bastante sobre ella y sabía las consecuencias y efectos secundarios que podía tener tanto para mi como para mi bebé, así que quería evitarla por todos los medios. 

Como decía, a las 16:30 volvió la matrona. En esas tres horas y media, únicamente habían entrado en el paritorio cuando yo avisaba para que me calentaran el saco de semillas. Allí estábamos Papá Oso y yo, con nuestra musiquita, él comiendo frutos secos y barritas de cereales, y yo dilatando. De vez en cuando me preguntaban: "¿No necesitas nada? ¿Quieres probar el gas?" El gas es uno de los métodos para minimizar el dolor que pueden facilitarte en el Hospital de Torrejón. Es el conocido "gas de la risa", que al parecer disminuye la sensación de dolor, pero puede provocar mareo. No puedo contaros más porque no lo utilicé. Lo llevaba bastante bien dentro de lo que cabe, y como tengo tendencia al mareo preferí evitarlo.

La matrona me exploró y me dió la buena noticia de que estaba de siete centímetros. ¡Sólo quedaban tres! El batacazo vino cuando me dijo que en tres horas volvía. ¡¿¿Tres horas más??! Estaba agotada. Las contracciones cada vez eran más fuertes y me daba miedo no tener fuerzas para empujar cuando llegara el momento. Me colocaron una colchoneta en el suelo con la pelota de pilates encima, para que me colocara de rodillas y me apoyara sobre ella. En esa posición estaba mucho más descansada. 

A los diez o quince minutos de estar así colocada, noté una presión muy fuerte en la pelvis. Oh oh... Parecía que Pajarin se había encajado. La siguiente contracción fue mortal, necesitaba empujar pero no quería. Hacía solo media hora que la matrona me había explorado. ¿Y si no estaba dilatada por completo y me desgarraba? 

Papá Oso se acerco a mi ante mis alaridos de dolor. Casi le rompo la mano de lo que se la apretaba. "¡Qué venga la matrona! ¡Que no quiero empujar!" Empecé a sudar como si no hubiera un mañana. Me quería cambiar de posición pero no podía, cada vez que me movía me daban ganas de empujar. Ahí si que me sirvió una de las respiraciones que nos enseñaron en las clases preparto; la típica de soplar rápido que aparece en todas las películas cuando una mujer está de parto. Así pude aguantar hasta que vino la auxiliar a decirme que la matrona estaba atendiendo otro parto, y que si tenía ganas de empujar que lo hiciera, que el cuerpo es sabio. "De eso nada, que yo no empujo hasta que me explore". Papá Oso con la cara desencajada y sudando también la gota gorda, me ayudo a levantarme para sentarme de nuevo en la pelota.

Por fin llegó la matrona. A duras penas me tumbé para que me explorara. Yo cruzaba los dedos para que no me viniera una contracción en esa postura. ¡Dilatada completa!
"¡Ay! Que me viene una" (apretón a la mano de Papá Oso)
"Espera un poquito", me decía la matrona mientras me colocaba el monitor que controlaba a Pajarin
"¡¡No puedo!!" gritaba medio llorando mientras soplaba como una loca.
"Venga, vale, empuja. Ya puedes"
Madre mía, eso sí era dolor. Y ya me había advertido la matrona que no me pensara que el expulsivo era como en las películas, un par de empujones y fuera. ¡Socorrooo! Me ofreció la silla de parto, pero yo ya no me quería mover más, aunque realmente era mi idea inicial.

"Te tengo que poner una vía"
"Noooo... ¿Por qué?" (Con cara de pena incluída. Lo paso fatal con las agujas, así que imaginaros con una vía. De hecho con la única que me han puesto en mi vida, me desmayé)
"El bebé está teniendo algún episodio de bradicardia y tengo que ponerte algo (no sé si me dijo qué era), para que se recupere"
(Ay, madre mía, vaya suerte) "Vale, pónmela"
Vi como corría hacia la zona material quirúrgico y preparaba acelerada las cosas. Ahí empecé a ponerme nerviosa.

Mientras ella intentaba localizarme alguna vena para ponerme la vía, yo seguía empujando. Aquello ya iba cuesta abajo y sin frenos.
Yo no fui consciente de ninguno de los pinchazos, pero Papá Oso que lo veía, se extrañaba de que no me hubiera desmayado ya con la escabechina que me estaba haciendo. Primero en el brazo y luego en la mano. Nada, imposible. Pero al parecer ya no hacía falta. Pajarin tenía prisa y ya estaba saliendo.

Experimenté el denominado "arco (o aro) de fuego", que es una quemazón horrorosa según va saliendo el bebé. Fue increíble notar como salían los hombros de Pajarin y se giraba para colocarse La matrona y la auxiliar me animaban a empujar. Yo, con los pies en los estribos y la mano de Papá Oso rota entre mis dedos, di el mayor empujón que pude. Los años de pilates y mi potente suelo pélvico hicieron efecto. Pajarin salió disparado. Yo no lo vi, pero según me cuenta el de la mano rota, la matrona lo cogió al vuelo, y empezaron a reirse todos. Menos yo, me temblaba hasta el último pelo, estaba exhausta.

Me pusieron a Pajarin encima sin cortar el cordón. "Qué guapo es" fue lo primero que dije. No sé por qué , tenía un trauma con que el niño nos saliera feo. Pero era precioso, y estaba tan tranquilo, como el que lleva en este mundo toda la vida. Tenía los ojos muy abiertos y un color de piel precioso.

Fue un parto velado, es decir el niño salió cubierto con la bolsa amniótica. Para la explusión de la placenta suelen poner oxitocina intravenosa para facilitar las contracciones. Sin embargo, como el niño estaba al pecho y el parto había sido muy rápido, la matrona prefirió esperar.  Me dijo que empujara (madre mía si me temblaban hasta las pestañas), y mis empujones eran bastante ridículos, pero fue tirando poco a poco del cordón y la placenta salió completita. Una vez que el cordón dejó de latir, Papá Oso lo cortó, según le indicó la matrona.

La auxilar me ayudó a colocar a Pajarin para que mamara, aunque previamente nos tuvieron que limpiar  a ambos porque se había hecho caca. Se engancho enseguida, y fue una sensación extraña. No imaginaba como sería, y desde luego no dolía, que era lo que más me preocupaba. Lo que es verdad es que hasta más adelante no empecé a disfrutar de la lactancia materna. Ahora cada momento que está en el pecho es puro placer.

Para finalizar, los "benditos" puntos. No me hicieron episotomía, pero tuve un desgarro de segundo grado. Resultado: tres puntos. Primero los pinchazos de la anestesia, y luego cose que te cose como quien coge el bajo de un pantalón. ¿Tres puntos? Si parecían veinte.

Por fin acabó y nos dejaron descansando; no sin antes felicitarme por mi magnífico parto y haber aguantado sin ayuda: "Lo has conseguido tú sola, estás hecha para parir. Nos vemos con el próximo" Seguro que se lo dice a todas (jijiji).

Las siguientes horas fueron mágicas pero muy largas. Papá Oso y yo nos mirábamos incrédulos. Nuestro hijo... Pajarin dormía y mamaba sobre mi pecho. Le pusieron la vitamina K y la cremita en los ojos sobre mi, aunque le cogieron para cambiarle porque se había hecho caca de nuevo (un no parar).

Tenía el cuerpo molido de la cama de partos, aunque a las tres horas me levanté para ducharme en el propio paritorio. Papá Oso y yo estábamos hambrientos. Yo con más razón, desde las siete de la mañana no comía nada; lo de él viene de serie. Me trajeron una cena que dejaba mucho que desear; por dios, que necesitaba reponer fuerzas. Menos mal que pude sustituirlo por un bocadillo de jamón de la cafetería.

Pajarín nació a las seis de la tarde y nos subieron  a la habitación a las once. Aquella noche y por recomendación de las enfermeras empezamos a hacer colecho, que seguimos manteniendo hoy en día. Era tan bonito ver a mi pequeñín junto a mi, piel con piel... Sin duda un día inolvidable.






domingo, 3 de enero de 2016

Pajarín: su llegada al mundo [Primera parte]

Este año la Navidad ha llegado con visitas de amigos y visitas familiares (demasiado intensas), turnos de Papá Oso poco conciliadores, y una huelga de lactancia materna de Pajarin, lo que me ha convertido en la mejor amiga del sacaleches. Así es complicado sacar un hueco para escribir, y este post requiere su tiempo. La historia sobre el día más importante de nuestras vidas se merece echarle un ratito y contarla con detalles.

Pajarin nació un domingo de octubre que casi parecía agosto. Aparcamos en el parking de urgencias del Hospital de Torrejón hacia las once de la mañana. Mi look, dominguero total: mallas piratas, camiseta ancha y deportivas. Solo quería que no me hicieran volverme a casa y plantarme el camisón del hospital. 

Pero realmente Pajarin empezó a manifestar que quería salir unos días antes. De 39+4, a las doce de la noche, empecé a sentir cierto dolor en las lumbares que se iba extendiendo hacia la zona baja del abdomen; más o menos como un dolor de regla, aunque intermitente. Conseguí quedarme dormida y por la mañana el dolor había desaparecido. A las doce de la noche del día siguiente comenzó de nuevo el ritual, pero esta vez el dolor era más intenso. Apenas dormí. De nuevo por la mañana desapareció.

Me parecía un auténtico cachondeo, así no avanzábamos. Repasé los apuntes de las clases de preparación al parto: "las mujeres primíparas pueden estar varios días con contracciones hasta que tiene lugar el parto. Se trata del proceso de borrado del cuello del útero". ¡Qué suerte la mía! ¡Ya llevaba dos! El tercer día Papá Oso salió antes de trabajar porque le llamé agobiada y desesperada. No quería que llegaran las doce y se repitiera lo mismo (parecía Cenicienta). Pero se repitió, y esta vez con contracciones de las de verdad. Ya no podía estar tumbada. Me sentaba en la pelota de pilates, me ponía de pie apoyada en la pared... La noche en vela esperando que aquello evolucionara y por fin nos fuéramos al hospital. Pero, ¿sabes lo que pasó? Que salió el sol ¡y se pararon! Era desesperante y agotador. De hecho decidimos ir a urgencias para que me miraran y me dijeran que estaba pasando, a ver si estaba dilatada sin yo enterarme (¡ay! ilusa de mi). Me pusieron monitores y ahí no se movía nada. "Venga Pajarin, no me falles ahora. Haz lo que haces por las noches!". Ni una contracción, a casa.

Menos mal que guardaba un as en la manga: "la paella del parto". Así ha pasado a llamarse la paella de mi padre que hace parir a las mujeres desesperadas. Mi más mejor amiga la comió un día antes de que la citaran para que la indujeran, y yo la comí el sábado. Esa misma noche se repitió el ritual, pero esta vez era distinto, era mi fecha prevista de parto, y yo soy muy puntual, así que ya me tocaba. Conseguí dormir las primeras horas, aunque a las tres de la mañana el dolor no era soportable tumbada, De nuevo a la pelota, cerrando los ojos entre contracciones. Y así fueron pasando las horas, y las contracciones cada vez duraban más y se repetían cada menos tiempo. Pero no me terminaba de fiar, que luego aquello se paraba y otra vez a empezar.

He de decir que Papá Oso durmió a pierna suelta estas noches. Eso sí, alguna vez se despertaba y me preguntaba:
"¿Necesitas algo?"
"¡Qué salga ya!"
"Ya lo sé cariño, tranquila"
Media vuelta y a roncar

Me descargué una estupenda aplicación para ir controlando las contracciones (Contractions), y de hecho no la he borrado porque me hace ilusión mirarla de vez en cuando. Eso que hicieron mis padres de ir apuntando él las contracciones cuando mi madre le avisaba, ya no se lleva. Además me habría tocado darle unos cuantos codazos a Papá Oso y lo que necesitaba era concentrarme y relajarme.

Días antes me preparé una lista de reproducción en Spotify y me compré la versión premium para poder reproducirla sin conexión en el paritorio. Me puse los cascos y seguí respirando, a mi manera. De nada me sirvieron las respiraciones explicadas en las clases. ¡Madre mía! Si para acordarme de eso necesitaba una chuleta... Así que, yo simplemente, cuando llegaba la contracción, respiraba profundamente. Cogía aire por la nariz y lo soltaba despacito por la boca.

A las siete de la mañana las contracciones ya eran cada 7 minutos, ¡Qué sí, qué sí! ¡Qué parecía que iba en serio!

Por fin a las 10 de la mañana, y tras dos horas con contracciones cada 5 minutos (más o menos), me duché, terminamos de preparar las cosas y nos fuimos al hospital.

Tardamos en llegar una media hora, y el trayecto se me hizo eterno. ¡Se me estaban parando, otra vez cada 7 minutos! No me lo podía creer... Esperamos hasta que nos llamaron. Enseguida nos recogió un celador y nos llevó al área de ginecología donde me pusieron monitores. "Por favor Pajarin no me falles, que no puedo más". Papá Oso tan tranquilo me decía que si nos mandaban a casa no pasaba nada, que ya llegaría el momento. "¡¡¿Cóooomo?!! ¡Como no me dejen aquí, me voy al privado y que me lo saquen!" (Obviamente jamás habría hecho eso, pero la desesperación, el cansancio y la tranquilidad de mi querido esposo me estaban trastornando).
"Uy, las tienes un poco irregulares, y cada 6-8 minutos"
(Noooooooo!!!!)
"Pasa, que te voy a explorar a ver como vas"
(Bieeeeeeeeeeeeeeen!!)
"Estas de cuatro centímetros, te quedas"
(¡¡¡¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!!!!!!! Casi la abrazo, la beso y me pongo a llorar de la emoción)

Nos llevó hasta la zona de paritorios. En el plan de parto que envié al hospital, pedí dar a luz en bañera, y dio la casualidad que estaba libre, así que me tocaba. El paritorio era enorme, con un baño con ducha, la bañera (que parecía un jacuzzi), cama articulada, equipo de música, cuna térmica para el bebé, barra libre de compresas, bragas desechables, toallas y camisones, sillón reclinable y una silla, además de todo el instrumental para el parto en caso de que fuera necesario.




Al momento entró la que iba a ser mi matrona, así como la auxiliar. Se presentaron, me preguntaron un par de detalles y me volvieron a explorar. Les pedí la pelota de pilates y que me calentaran el saco de semillas, con el que por cierto había sobrevivido las tres noches anteriores.

Eran las 13h del 4 de octubre. Las contracciones empezaban a ser algo más fuertes, y sentada en la pelota y agarrada al estribo de la cama aguantaba respirando profundamente. Enseguida me noté muy mojada. Llamé a la matrona porque el color era marroncito, y pensaba que seguían siendo restos de tapón mucoso.

Malas noticias, había roto bolsa y ese color se debía a que Pajarin se había hecho caca (¡qué cochino el tío!). Me asusté un poco, porque había oído que en esos casos había que sacarle rápido, pero nada de eso. Me explicó que no podía dar a luz en bañera porque ya no se consideraba un parto de bajo riesgo, y me tenían que colocar unos monitores inalámbricos para tener controlados los latidos del bebé. Eso fue lo más incómodo, porque cada vez que me sentaba y levantaba, se movía y se perdía la señal.

Me di una ducha aprovechando el agua caliente para relajar las lumbares y cada dos por tres me cambiaba de bragas y compresa porque aquello era una fuente. Eso era positivo, porque una vez vacía la bolsa, Pajarín bajaría más y se encajaría para empezar a empujar.

Por petición propia nos cambiaron de paritorio. Me parecía absurdo estar ocupando el único con bañera cuando realmente no la iba a utilizar e igual llegaba alguna mamá que si podía aprovecharla. El segundo era más pequeño, pero más luminoso y calentito, y a excepción de la bañera, tenía lo mismo que el otro.

Papá Oso me acompañó en todo momento. Sentado en el sillón reclinable se comía sus frutos secos, miraba el móvil, cantaba, me daba conversación. Su papel era un poco más aburrido, aunque hay que decir que mucho más cómodo.

Eran las 16h, y la matrona volvió para explorarme... [continuará]