Como ya conté en el primer capítulo, decidimos que íbamos a mentir. El protocolo de nuestro hospital nos parecía muy restrictivo y limitaba mis posibilidades de ponerme de parto por mí misma tras la rotura de bolsa.
Al llegar a urgencias me tomaron la tensión y la temperatura y me pidieron algunos datos básicos. A continuación pasamos a monitores, donde la matrona encargada me dijo que debería haberme esperado unas horas en casa, que había ido muy pronto (¡Ay! Si tú supieras...).
Durante la media hora de monitores tuve unas tres contracciones no muy fuertes. Pasé después a que me explorará un ginecólogo, que por suerte, era bastante majo (no soy yo muy fan de los gines durante embarazo y parto). Me hizo un tacto (algo que se supone que está desaconsejado con bolsa rota) y también una eco. Polluelo estaba perfectamente colocado (una de mis mayores preocupaciones) y estaba de 3 cm y cuello blando, lo cual me animó bastante, aunque según él era algo normal siendo un segundo embarazo.
Me propuso ponerme el tampón de prostaglandina para animar la dilatación o bien esperar las 12 horas de protocolo y ponérmelo una vez transcurrieran si es que no me había puesto de parto. Le dije que prefería esperar, que seguro que aquello se animaba.
Me subieron a planta. Las habitaciones son compartidas y hace un calor horroroso. Me puse el maravilloso camisón con el culo al aire y aún así no podía dejar de sudar.
Nos fuimos a pasear por el pasillo, iluminados por los fluorescentes. Subimos y bajamos escaleras, saludamos a otra pareja paseadora las seis o siete veces que nos la cruzamos, y parecía que Polluelo se animaba. Las contracciones eran soportables pero sucedían cada 5-7 minutos.
Como estaba tan cansada, decidimos parar un rato, pedimos una pelota de pilates y la coloqué junto a la cama, dónde apenas había hueco para sentarme. Me puse música con los cascos, moví la pelvis, le traté de transmitir a Polluelo que se nos acababa el tiempo, volvimos a pasear, hicimos una videollamada con Pajarin, me duché y cenamos.
Se hacía de noche, y el cansancio podía conmigo. Mi esperanza era la oscuridad. Seguro que si me tumbaba un rato y descansaba, esa noche se activaba "el mecanismo".
El calor y la sensación de que se nos acababa el tiempo, no me dejaba dormir. Si acaso me quedaba un poco traspuesta algunos minutos. Papá Oso se tumbó conmigo en la cama y juntos acariciamos y animamos a Polluelo, que no parecía tener muchas ganas de salir...
"Cariño, sino sales tú, te van a hacer salir..."
Las contracciones se fueron parando. Ahora aparecían cada 10-15 minutos y eran leves. Me sentía mal por haberme tumbado, tal vez si hubiera seguido andando... Pero no podía, el cuerpo me decía que parase, y además no sabía lo que me quedaba por delante.
A las 5 de la mañana se acababa el tiempo, y veía como la hora se iba acercando sin tregua. Mi amiga matrona me tranquilizó.
"No le tengas miedo a la prostaglandina, aunque sea inducción es la forma menos invasiva y seguro que funciona". Así que me relaje, y conseguí dormir algo, esperando a que llegara la hora en que me pusieran "el tampón".
En este tiempo nos acordamos mucho de Pajarin, que nunca había pasado una noche sin nosotros. Sabíamos que estaba bien cuidado y muy contento con sus abuelos, pero no podíamos evitar que en algún momento nos invadiera una sensación de tristeza y también de culpa en mi caso (como no, la bendita culpa).
Nos despertaron de repente. Era la matrona. Había llegado la hora, eran las 5.
"Recoged vuestras cosas que os bajan a paritario, que te van a inducir"
"¿Cómo? Me han dicho que a las 12 horas me ponían la prostaglandina, y yo entendía que sería aquí en planta".
"No sé, es lo que me han dicho, que tenéis que bajar. Hay una celadora esperándoos".
La matrona más desagradable no podía ser... Recogimos todo medio dormidos, a oscuras, y yo, empapada en sudor y sin apenas contracciones.
"Seguro que es un malentendido. Igual me ponen el tampón abajo y me dejan allí en una sala de dilatación o igual me vuelven a mandar a planta una vez que me lo pongan. A ver si está el gine majo que me lo dijo al llegar..."
Pero no tenían esos planes para mí. Al llegar a la sala de dilatación, que por cierto, comparada con la habitación me pareció maravillosa, la matrona que me correspondía me dijo que me iba a poner monitores y oxitocina para comenzar la inducción.
"¿Cómo? ¿Por qué? ¿Y la prostaglandina?"
Se me cortó el cuerpo. Sabía lo que significaba la oxitocina sintética y no quería que formara parte de mi parto ni del nacimiento de Polluelo.
(continuará...)
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