lunes, 10 de abril de 2017

Tengo miedo, ergo, tú también

Cierra los ojos, escucha el silencio. Piensa en algo que te de miedo, miedo de verdad. Miedo de ese que acelera el corazón y encoge el estómago. ¿Lo tienes? Va  le, pues ahora transmíteselo a tu hijo. 

Miedo, según la RAE, significa angustia por un riesgo o daño real o imaginario.

¿Te gusta tener miedo? Probablemente no, no suele ser una sensación agradable, por lo menos para mi no lo es. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en transmitir nuestro miedo? Es algo que hacemos casi a diario, normalmente de forma inconsciente. Necesitamos expresar eso que nos recorre el cuerpo proyectándolo en los demás. 

El problema es cuando el receptor del mensaje es un niño o una niña. 

"¿No ves que no puedes? 
Te vas a caer y vas a llorar. 
Eres muy pequeña. 
Al final te vas a hacer daño."

Hace unos días fui testigo de este monólogo en el parque. Digo monólogo porque no existe conversación. Se trata de una madre, que, supongo, con toda su buena intención, le transmitía estos mensajes a su hija. Si me coloco en la posición de la niña me siento tan frustrada... Y me da miedo, la verdad, me voy a caer y me voy a hacer daño...

El miedo genera limitaciones, y no solo de movimiento, sino a todos los niveles.

"No corras! No te puedes alejar tanto de mi, que puede salir un hombre y llevarte."

El miedo es algo natural de nuestra especie, ante una situación de peligro nuestro cuerpo reacciona, y de ahí las sensaciones físicas que experimentamos. Sin embargo, en la sociedad del siglo XXI, los peligros reales que pueden afectar a un niño en presencia de un cuidador son mínimos y solemos preocuparnos (y preocuparles) de más.




Como adultos, es importante que nos situemos en la posición de acompañar, y que todo eso que se nos remueve por dentro ante determinadas situaciones, lo silenciemos en la medida de lo posible. 

En ocasiones, no conseguimos contenerlo y se nos escapan las palabras a la vez que el corazón se nos acelera. Pero, ¿qué tal si en lugar de frustrar o limitar los aprendizajes y experiencias de nuestros hijos, expresamos realmente lo que nos pasa?

"Cariño, por favor, intenta ir despacio, que me da miedo que puedas caerte."
"¿Qué te parece si vamos al tobogán pequeño? Aquí hay niños mayores y me da miedo que puedan empujarte"

Realmente este tipo de comentarios tampoco serían necesarios, pero si tenemos esa imperiosa necesidad de expresar nuestros miedos, mejor dejar claro que son NUESTROS. 

Solemos tener esa creencia de que como adultos no podemos enfadarnos, tener un mal día, o tener miedo. Nuestro papel es el de ser la madre o el padre perfecto y sonriente para nuestro/s hijx/s, que no teme, no sufre ni llora; pero si queremos que ellos aprendan a expresar sus emociones y a no autoexigirse esa perfección, tenemos que empezar primero por nosotros mismos. 

Y es que, papá y mamá pueden tener miedos, SUS miedos, que no tienen porque ser los MÍOS.



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